Ya tenemos presidente de Gobierno. El espectáculo que ofrecieron nuestros políticos dio algo de miedo y mucha pena. Hubo de todo menos argumentación y debate. Ya saben que la razón es inversamente proporcional a los gritos y amenazas. La ultraderecha se apropió de la Constitución, de la Monarquía, incluso de la libertad. Y en nombre de esa libertad insultaron y amedrantaron. El resto intentó hablar de política, es decir, del futuro de nuestros jóvenes, del mal estado de nuestra sanidad o de nuestra educación, de los bajos salarios, del aumento de la pobreza. Pero parecía que solo les preocupaban unas fronteras que deberían servir para unir y no para separar. Si a esto le sumamos la creciente desigualdad, a nuestra democracia le queda poco recorrido.

En su obra La Paz Perpetua, un librito de apenas treinta páginas que les recomiendo, Kant afirma que la política no puede dar un paso sin un marco ético de actuación. Nos propone distinguir entre el político moral, un político que toma sus decisiones de acuerdo con los principios de la moral, y el moralista político, un político que instrumentaliza y manipula esa moral en su beneficio. La honradez es la clave para distinguirlos. Por moral no debe entenderse el alma de cada uno, aquello que cada uno piensa o cree, sino el respeto a la igual dignidad de todas las personas y, con él, la necesaria protección de los más vulnerables. Puede ser que estas ideas sean solo una aspiración, pero son las que dan sentido a la democracia. Solo una educación en valores éticos y democráticos puede frenar este retroceso.

*Catedrático de Ética