Hace un par de semanas hablábamos de la diferencia entre la opinión pública y la opinión publicada. Esta última es la información que aparece en los medios y en las redes, y puede ser verdadera o falsa. Hoy en día, la desconfianza y el descrédito de los medios es tal que ya es difícil distinguir verdad de mentira. Por eso se prefiere hablar de posverdad y posdemocracia. Pero no nos engañemos, estos son conceptos vacíos, simples camuflajes para ocultar la verdad que encierra la palabra democracia: que solo el acuerdo libre y razonado de unos ciudadanos bien informados puede justificar el poder. No hay otra democracia más allá de esta idea. La democracia decae y muere cuando la información es manipulada e impone una falsa realidad. Por ejemplo, para vendernos como progreso económico lo que solo es miseria para la mayor parte de las generaciones presentes y futuras.

Para saber por qué hay tanta gente predispuesta a creerse bulos y mentiras, es suficiente comprobar que en nuestros móviles ya solo recibimos las noticias, cotilleos y memes que estamos esperando, que deseamos recibir. ¿Cómo consiguen realizar esta selección? Muy fácil, primero, a través de nuestra navegación por la red vamos dejando nuestra personalidad. Así, saben quiénes somos, qué pensamos, etc. Después, una vez clasificados, nos machacan con miles de wasaps, con informaciones falsas ancladas en nuestras propias creencias, deseos y temores. El mayor disparate es creíble para quien espera y desea oírlo. Con esta masiva desinformación no es posible una opinión pública producto de la discusión libre y abierta, no es posible construir una voluntad común.

*Catedrático de Ética