El otro día fui a visitar al doctor José Antonio Pradells i Puig a quien una grave enfermedad, que a punto ha estado de acabar con su vida, ha dejado postrado en una silla de ruedas. Una vez más, recibí una lección de ese gran amigo, al ver con que optimista y digna conformidad soportaba la situación, a la que le había aherrojado la dolencia y la imposibilidad de escapar de ella.

Pradells me demostró que la alegría y la enfermedad no son como el aceite y el agua, sino que pueden coexistir. En sus manos no está cambiar su situación pero sí la de poder escoger el talante con la que se soporta. Una conducta resueltamente budista: “La contrariedad es inevitable pero el sufrimiento es opcional”. El médico afrontaba su estado con enorme convicción racional y tal normalidad que no nos hizo, en ningún momento, sentir lástima. Todo lo contrario. Nos ofreció con su actitud toda una lección de humanidad, valor, cordura, serenidad y sensatez, que me hizo recordar la frase de Dante: “Quien sabe de dolor, todo lo sabe”. Una sabiduría que se manifestó en la habitual cordialidad, en la hospitalidad, en el afecto y en la alegría de hasta llegar a contar chistes. El médico y humanista parecía haber hecho suya la frase: “de todos, el día que más se pierde es aquel en que no se ha reído”.

Nos encontramos con un abrazo y nos despedimos con otro. Al regresar al coche pensé que los seres humanos somos como bloques de piedra, a partir de los cuales el escultor va formando la figura de un hombre. Los golpes de su cincel, que tanto daño nos causan, también nos hacen más perfectos. Pradells es una escultura de Miguel Ángel. H