Cada fin de semana miles de niños compiten con sus equipos de fútbol base con el objetivo de disfrutar, lo que es frecuente, y si es posible triunfar, lo que solo ocurre muy de vez en cuando. En la banda padres, madres y los hermanos libres, animan, la mayoría con deportividad, otros sin ella.

Con la experiencia que me dan muchos años de recorrido por los campos de estas tierras tras mis hijos, recomendaría unas pautas de comportamiento. Lo primero es que el fútbol es un juego no una batalla. Ganar esta bien, pero no es el fin último. El árbitro, aunque alguno sea malo, se supone que hace lo que puede, insultar y gritar no es lo más conveniente. El entrenador es quien dice cómo se juega, no los padres que no son técnicos. Las órdenes cruzadas confunden al niño. La humildad es fundamental en el deporte y en la vida, y no es bueno humillar a los demás. Los hijos no nos sacarán de pobres, ser el máximo goleador no garantiza nada. El fútbol es un juego de equipo, el pase y la asistencia son fundamentales. Los goles a favor y en contra son consecuencia del trabajo del equipo, apoyar al compañero es clave y el individualismo lleva el fracaso. El portero es uno más y no el único culpable.

EL RESPETO entre aficiones hace todo más fácil. El partido no es momento para sacar las frustraciones y los problemas, que se han de quedar en casa. El apretón de manos final entre los niños es la mejor jugada. En cada padre y madre está la oportunidad de servir de ejemplo en la educación de los niños. ¡Ale!, a dar ejemplo.

*Notario