He de confesar mi admiración por Pérez Reverte, de quien he leído muchas de sus novelas y últimamente las siete que componen la saga del aventurero capitán Alatriste, que sin duda, me apresuro a recomendar porque unen a un palmario entretenimiento, un descriptivismo historicista que ayuda a comprender el tiempo de la decadente España de Felipe IV. En las tramas, de identidad intensa y apasionante, subyuga el lenguaje que ubica al lector, por su sintaxis, frases y modismos, en el habla del final de la monarquía de los Habsburgo; un motivo más de persuasión para el impenitente lector de novela histórica. A la fluidez narrativa aporta una ironía quevedesca que en ocasiones hace aflorar la sonrisa cuando no la carcajada. Las constantes alusiones a mis hijos y esposa sobre estos relatos, han conseguido que se contagien de mi devoción. De hecho, el otro día mi único varón, Toni, me preguntó por un término, el de «barrachel», que aparecía en la novela El sol de Breda. Le expliqué que se trataba del capitán de alguaciles, que en el ejército perseguía los delitos penales que se podían llevar a cabo en los tercios. Sin duda una palabra contumaz que invita a indagar no solo en el significado, sino en el acento tónico, pues siendo aguda, parece incidir en las tres vocales. Hasta emerge la prosodia en los textos del escritor cartagenero. Una gran forma de hacer cultura.

*Cronista oficial de Castellón