Ver una fotografía en este periódico en la que aparecen dos gigantescas ratas paseando por la piscina de un edificio de viviendas en el barrio de Sensal, al sudeste de la capital, me ha estremecido. Se trata de roedores gigantes que parecen morlacos asilvestrados, sin cuernos, claro está, con pelaje negro zaíno, mayormente azabachado, y poco o ningún respeto por la propiedad privada. Al parecer, cientos de ellas andan haciendo de las suyas por los solares abandonados de la zona y han descubierto que una piscina, con su agüita fresca y su ambiente dominguero, es un lugar apetecible para pasar la tarde.

Docenas de familias de Castellón sufren a estos bicharracos a diario. En ocasiones han tenido que sacar del agua una rata muerta. Y también a una viva. Porque las hay que saben nadar. Me pregunto en qué anda metida la concejala de Salud Pública del Ayuntamiento de Castellón, Mari Carmen Ribera, mientras los ejemplares de rattus norvegicus deciden presentarse en sociedad. Las ratas huelen mal. Causan desperfectos. Y lo peor de todo es que transmiten enfermedades. No olvidemos que la gran epidemia de peste de Londres que causó cien mil muertos la provocaron las pulgas de las ratas. El que bichos tan infectos puedan entrar en un jardín de Castellón y morder a un bebé, o a un infante, me acongoja. Por no hablar de una mujer embarazada. H

*Escritor