El domingo pasado celebramos el Día de la Madre, una celebración cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Dicen que ya los griegos tenían muy a gala festejar a Rhea, la madre de Deméter, Hera, Poseidón, Zeus, entre otros. En Roma era la Hilaria en el templo de Cibeles.

Fue en el siglo XIX cuando retomó la costumbre Anna Jarvis de reunir a las madres para honrarlas. Y también la Iglesia católica adoptó el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, para la celebración en honor a María, madre de Jesús.

En la actualidad, la celebración se extiende a numerosos países en distintas fechas de los meses de marzo, abril y mayo, principalmente.

Sin duda, ser madre es uno de los mayores honores que una persona puede recibir. Dicen que Dios no podía estar en todos los sitios (?) y por eso hizo a las madres. Y por eso una madre hace el trabajo de veinte… gratis y con amor.

El poeta Kahlil Gibran es quien dijo aquello de «madre es la palabra más bella en labios de la humanidad». ¡Y tenía toda la razón! Es cierto también que para el mundo es una madre, pero para la familia es un mundo. ¿Hay lugar mejor para llorar y regocijarse que el regazo de una madre? Pero el trabajo de una madre dura más tiempo cuando ella se va. Suelen irse antes que los hijos, y entonces añoramos aquellos brazos siempre dispuestos a abrazarnos, aquel querer siempre y para siempre. Sigue en nuestro corazón, aunque no físicamente con nosotros. Pero sigue.

*Profesor