La semana pasada hablábamos de justicia social, mejor dicho de su menoscabo, de cómo el actual gobierno en funciones había conseguido en apenas cinco años convertir a España en el país europeo líder en desigualdad. Hoy le toca el turno a una de las expresiones más utilizadas y manipuladas de los últimos meses: regeneración democrática.

Cuando hablamos de regeneración, de conseguir que nuestra democracia recupere tanto su sentido como los resultados que le otorgaban legitimidad y credibilidad, lo primero que nos viene a la cabeza es reivindicar la ética. Pedimos ética en el comportamiento de nuestros representantes y también debemos hacerlo en la conducta del resto de ciudadanos, ya sea en la economía, en la administración, en el trabajo, etc. No hay que asistir a cursos complejos para saber qué significa actuar de forma honrada y honesta, qué significa integridad. No es otra cosa que comportarse de acuerdo a lo que todos esperamos, a lo que tenemos derecho a esperar.

Pero hay que pasar de la ética a la política, esto es la democracia. La lección que hemos aprendido estos años es que los políticos no se van a controlar a ellos mismos, que la política no es suficiente para evitar la corrupción y garantizar lo público. El nivel de cinismo es tan enorme, es tan grande la desvergüenza, que no se duda en levantar la bandera de la regeneración, en reclamar ejemplaridad pública, mientras que al mismo tiempo se utiliza el senado para proteger a los suyos del cerco de la justicia.

Mucho mejor nos iría si en lugar de esperar un milagro dedicáramos un poco de tiempo a buscar soluciones por nosotros mismos. H