La semana pasada, un buen amigo y excelente profesor de Filosofía en Secundaria, me decía compungido: “hoy empezamos un curso sin la Historia de la Filosofía”, de aquella que durante muchos siglos ha venido marcando las pautas --distintas y variadas, es cierto-- del pensamiento humano. Pero no menos cierto es que la diversidad del pensamiento y la unidad temática han enriquecido la marcha de la sociedad, de la ciencia y de las letras. Hoy, en cambio, parece que es hora de entonar un sentido requiem, paradójicamente por algo que está muy vivo --el pensamiento--, pero que resulta injustamente poco apreciado.

La marginación de esta materia es evidente, al menos en los estudios oficiales de Bachillerato. Algunas autonomías como la valenciana, entre otras cuatro más, han eliminado la obligatoriedad de la asignatura en segundo curso, aunque han aumentado el número de horas en primero. Quizá en una época tan pragmática como la presente en la que impera la lógica de la utilidad, construida sobre el valor de la productividad y la eficiencia, la pregunta “para qué sirve la filosofía”, resulte ociosa. Pero “nada de lo humano es ajeno a la filosofía”. Ella enseña a pensar, a discurrir, a dotar de un espíritu crítico, a conocer lo que somos y lo que debemos ser… La historia de la filosofía es un puente entre el pasado y el porvenir: algo de lo que no deberíamos abdicar. H