Una de las acciones primarias más importantes de los seres humanos es, sin duda alguna, el respeto hacia sus semejantes. Valorar, tolerar nuestras diferencias y aceptar formas de pensar divergentes son los pilares básicos de una sociedad sana y de una convivencia civilizada. Esta concepción del respeto consciente y premeditado en nuestro comportamiento es lo que nos diferencia de los animales. También nos diferencia que los humanos somos los únicos seres vivos que somos conscientes de nuestro final; sabemos que nuestro ciclo de vida tiene una duración limitada y cierta y, lo peor de todo, lo conocemos desde el principio. Esto es terrible y muy difícil de aceptar por un organismo cuyo instinto es el de la supervivencia.

A lo largo de la historia los seres humanos han intentado encontrar una solución para esta angustia existencial que esta compleja dualidad vital provoca, desde creencias varias hasta la propia filosofía; sin embargo, ha sido la religión en el sentido más amplio la más aceptada como refugio espiritual por millones de personas en el mundo.

Cada una de ellas cree en algo que les ayuda a vivir mejor.

Por esta razón lo ocurrido este pasado lunes en Cataluña durante la entrega de los Premis Ciutat de Barcelona me parece repugnante: el hecho de que la supuesta poeta Dolors Miquel recite un Padre nuestro con un alto contenido sexual es una falta de respeto a millones de personas.

Esto no tiene nada que ver con política de derechas o izquierdas, ni con la Iglesia ni el clero; tiene que ver con personas, y una acción como la citada que solo busca la ofensa y el insulto únicamente puede surgir del odio más profundo. Y una sociedad cimentada en el odio y no en el respeto no tiene ningún futuro. H