En estos últimos días la protagonista en la escena pública ha sido, sin duda, la palabra, las palabras. Se han dicho con todos los colores del arcoíris y hasta con tonalidades inimaginables. Esto en cuanto al aspecto formal, pues de contenido… dejémoslo correr. Bien lo decía Goethe: «No es prudente poner gran confianza en palabras pronunciadas en momentos de emoción». Pero lo más grave es partir de premisas dudosas, como advierte la lógica, para obtener conclusiones supuestamente verdaderas. Entonces puede aparecer la posverdad, mentira de carácter emotivo.

USAR la palabra puede ser peligroso por la posibilidad de incurrir en errores y en omisiones. Mejor relegar la caduca retórica y remozarla con buenos argumentos y recta ilación, sin olvidar que la palabra le da un significado a la vida humana; no es, por tanto, un mero instrumento; por ello a menor cumplimiento de lo que se dice, mayor desconfianza se genera. Esta es la razón por la que las palabras que más duelen son las verdades que no queremos reconocer. «Cuando las palabras pierden su significado --decía Confucio--, la gente pierde su libertad».

¿Sabe el lector cuál es la palabra más larga en castellano, según la RAE? «Electroencefalografista» (salvo la canción de Mary Poppins)… aunque yo creo que la más larga es «arroz» porque empieza con la «a» y termina con la «z». Las apariencias engañan y algunas palabras confunden.

*Profesor