Bueno, ya están aquí. No podíamos ser menos que el resto de países europeos. Ya hemos elegido a políticos que creen que nos sobran derechos, como el de la igualdad de las mujeres; que afirman que toda la educación actual, menos la suya, es adoctrinamiento; que hay que eliminar las autonomías; que debemos limitar la libertad de prensa, en especial la crítica; que la culpa de todos la tienen los emigrantes; etc. Hoy, 40 años después de haber conseguido un acuerdo entre todos los españoles sobre qué significa un estado social y democrático de derecho, nuestra democracia no solo no se ha consolidado, sino que se está diluyendo, vaciando. No es posible continuar mirando hacia otro lado, repartiendo presupuestos de forma asimétrica o falseando las estadísticas y los sondeos.

En una entrevista al filósofo Jürgen Habermas sobre la descomposición europea nos hablaba del auge de la extrema derecha que, poco a poco, va rellenando los huecos que dejan la rabia y la indignación producidas por unos sistemas democráticos alejados de los ciudadanos. Unas democracias que solo saben hablar de austeridad, que han llevado a sus naciones a extremos desconocidos de desigualdad y abandono. Esta es la razón de tanto populismo, no los inmigrantes. No es nada casual la aparición de alternativas que esconden nuevas formas de autoritarismo y opresión. Debemos atajar estas desigualdades entre personas y territorios, si queremos seguir hablando de democracia. La entrevista terminaba con una frase lapidaria: el punto en el que no hay vuelta atrás no se ve hasta que es demasiado tarde.

*Catedrático de Ética