“Los ricos también lloran”… pero menos. El título entrecomillado es el que nos ofrecía en la década de los 80 la célebre telenovela escrita por Inés Rodena, cuyo éxito entre el público fue muy grande. Pues bien, viene esto a cuento de que ayer por la mañana, durante el desayuno, leía las noticias en la prensa y, aunque no soy llorón externamente, sentí ganas de llorar, pero llorar de rabia. Y esta vez no solo por la problemática de los pobres refugiados, sino por los pobres ricos, que, por otros motivos muy distintos, también lloran.

Dicen los psicólogos y bioquímicos que las mujeres lloran cinco veces al mes de promedio, mientras que los hombres solo lo hacen una vez cada mes. Y a mi me tocaba ayer. Verán. Me entretuve reflexionando sobre el “estercolero de dinero negro” envuelto en los llamados papeles de Panamá, que, según la prensa, afecta a doscientos países de nuestro planeta, pero también salpicando a una operación personal en nuestra ciudad. La proximidad duele más todavía, aunque, realmente, desconozco interioridades y detalles. Pero es digno de llorar… aunque sea de rabia.

El afán de beneficios y fortunas es una carrera imparable, sin darse cuenta de que esos engaños y evasiones son hurtos que se producen a los más pobres al no tributar como está mandado. Y estos “señores” siguen siendo ovacionados, algunos, respetados otros, adulados todos. Gente sin conciencia: tengo ganas de llorar y no puedo. H