Mañana, buena parte de la humanidad celebra la popular fiesta de San Valentín conmemorando el amor, el amor tradicional o clásico, el de casi siempre. Aquel amor romántico, si se quiere, que trataba de unir corazones como dicen que hacía el santo enlazando religiosamente a las parejas que acudían a su confinamiento en la prisión romana. Platón había dedicado un diálogo, El Banquete, precisamente al amor concebido de otra manera.

Han pasado muchos siglos, pero el amor sigue vigente, si bien ha sufrido vaivenes que lo llevan por otros derroteros. De aquella solidez de antaño, hoy, por mor del posmodernismo, el amor se ha convertido en líquido, en una fragilidad manifiesta y cambiante, a la par que fugaz. Al menos así lo manifiesta el sociólogo polaco Bauman, observando el curso de las relaciones actuales y las nuevas formas de enlaces, la concepción de la temporalidad y otros factores que hacen del amor una cierta pérdida del «para siempre hasta que la muerte nos separe». Tal vez el hedonismo reinante o el individualismo hayan contribuido a esta situación.

Pero, que no cunda el pánico: esa filosofía del «use y tire», ese miedo a la permanencia no es, a pesar de las apariencias, del todo general. No hay tantas cosas para toda la vida como antaño, pero «haberlas, haylas». Amar, decía alguien, es abrir las puertas al destino.

Profesor