En plena indignación por la sentencia de la Manada, el juez del voto particular, que dijo apreciar en la violación de una joven por cinco hombres, «ambiente de jolgorio y regocijo», manifestó que solo habla «en autos y sentencias». Y muchos pensamos que mejor estaría callado o, al menos, hablando en cualquier otro sitio que no tuviera consecuencias para los demás, en este caso para la intolerable indefensión de las mujeres ante la violencia machista. Cinco energúmenos forzando a una joven, además grabándolo, y los jueces no ven violencia ni intimidación. Yo no estoy tranquilo, sí conmocionado ante tanta injusticia.

La sentencia ha sido cuestionada y contestada por todo tipo de asociaciones y organizaciones, incluso por la ONU, por condenar a los acusados por abuso y no agresión sexual. La opinión pública ha sido unánime: es una sentencia inmoral porque hace caso omiso de la vulnerabilidad de la víctima. Vulnerabilidad que, según el representante de los jueces --elegido por el Gobierno en un claro ejemplo de lo que se denomina división de poderes--, tiene en el derecho su máximo protector. ¡Pues vaya protección!

Según el ministro de Justicia, el juez del voto particular «tiene un problema singular». Estamos todos de acuerdo es que si no aclara a qué se refiere solo le queda dimitir, por mentiroso o por cobarde. Para ser juez, al igual que para ser profesor, no es suficiente con ganar unas oposiciones. Hace falta un poco de humanidad y mucha ética profesional. La justicia es demasiado importante para dejarla en manos de profesionales, también son personas.

*Catedrático de Ética