Ser o no ser» es, como se sabe, el eterno dilema de Hamlet. Morir, dormir, soñar es otra cuestión. Pero todas, en definitiva, son duras contraposiciones entre la vida y la muerte, entre el día y la noche, entre el sueño placentero y la tormentosa pesadilla. Nuestras vidas se columpian entre estos extremos.

Viene esto a cuento de estos días en que entre el sueño y la vigilia estamos en una situación de incertidumbre que nos hace descender hasta nuestra realidad vital: ¡qué poca cosa somos! Una ventolera como las dos que hemos sufrido --las borrascas Jorge y Karine, así como la próxima-- nos ha hecho ver nuestra pequeñez y nuestra fragilidad. No somos nada (y los pequeñitos menos). Desde mi ventana, oyendo el silbo del viento, me apercibía de este ser poco más que nada. Ver las olas encresparse entre las rocas, o los barquitos zozobrando es un espectáculo deprimente.

Y, por si fuera poco, el coronavirus rondando por ahí y amenazando. Un bichito aparentemente inocuo, asustando a los ciudadanos desde su invisibilidad física, salvo a través de lentes de aumento. Lo dicho: no somos nada, tal vez una caña pensante, como decía Pascal; eso, sí, que sabe que muere, pero también sabe soñar y despertar la esperanza de vivir. «Podrán cortar las flores» --decían los jóvenes de Praga ante los tanques rusos--, «pero no podrán impedir que llegue la primavera».

*Profesor