Sostiene el jefe de la patronal, Juan Rosell, que el “trabajo fijo y seguro” es un concepto del siglo XIX. Inmediatamente los enemigos del progreso se le han echado encima con su típico sectarismo y su inquietante populismo. La humanidad avanza así, a golpes; si no sabes apartarte, aprende. No solo tiene razón, sino que ha pecado de prudente. Lo políticamente correcto no sobrevivirá a esta crisis. Es tiempo de asumir que solo los fuertes y quienes hablen claro saldrán adelante. Hay más cosas del siglo XIX, incluso muchas del siglo XX, que se han quedado obsoletas.

La sanidad universal se perfila como otro concepto inútil heredado que nos ha traído desgracias como que la gente viva demasiado y dispare la factura de las pensiones. Hay que trabajar más y cobrar y vivir menos. La sanidad, para quien se la pueda pagar, para el resto, el Señor proveerá. La educación universal y gratuita parece otro armatoste que nos ata a épocas pretéritas. Admitámoslo sin falsa modestia. No todo el mundo puede o debe estudiar. La gente de buena familia y los hijos listos de los desfavorecidos sin duda deben estudiar porque toda sociedad civilizada necesita contables e ingenieros. A partir de ahí que el resto aprenda no trae más que revueltas y desórdenes en general. La ignorancia es la garantía del orden social.

En el siglo XIX los médicos empezaron a lavarse las manos antes de operar a sus pacientes reduciendo espectacularmente la mortalidad. Un despilfarro en agua y desinfectante que rápidamente podremos cortar en seco tan pronto abandonemos semejante idea retrógrada, nada propia de este siglo XXI, donde lo moderno es avanzar como los cangrejos. H