Hace unos cuantos días una amiga me explicaba entristecida que ha descubierto, por casualidad, que sus compañeros de trabajo --hombres-- cobran más que ella. Tienen el mismo currículo, trabajan en un empleo de alta calificación, están contratados para el mismo proyecto y son buenos amigos. Durante una larga temporada han estado trabajando conjuntamente en el mismo proyecto y con la misma intensidad y, pese a que ellos conocían esta diferencia salarial, no lo han avisado ni han luchado por su caso. Y quizás os preguntaréis: ¿cómo puede ser que esto pase todavía en España?

Pues pasa, y mucho, y las estadísticas lo demuestran: según datos del Eurostat de marzo del 2018, la brecha salarial media en la Unión Europea en el 2016 era del 16%. Es decir, las mujeres cobramos 840 euros por cada 1.000 euros que cobran los hombres. Aunque los datos más altos de discriminación los encontramos en Estonia (25,3%) y la República Checa (21,8%), los siguientes países con mayor brecha son aquellos con un nivel de riqueza y «desarrollo» más alto, como Alemania (21,5%), Reino Unido (21,0%) y Austria (20,1%). España se encuentra en una posición equidistante con un 14,2%. Si bien la discriminación salarial está causada por factores como, por ejemplo, la precarización de los trabajos feminizados, hay una discriminación salarial vertical muy vinculada a la negociación individualizada de salarios.

La historia de mi amiga me lleva a reflexionar sobre las complicidades masculinas. ¿Nos atrevemos a poner nuestros salarios sobre la mesa y rompemos las reglas del juego?

*Antropóloga