Donald Trump exige a las mujeres que trabajan en la Casa Blanca que vistan «como mujeres». Es decir, como un precioso objeto decorativo. Una muesca más en la culata de la regresión. La inglesa Nicolas Thorp perdió su empleo temporal por negarse a lucir tacones. Fue tal su indignación que lanzó una petición al Gobierno exigiendo que se declarara ilegal el uso obligado de tacones altos en el ámbito profesional. Al haber alcanzado más de 150.000 firmas, los códigos de vestimenta serán debatidos en el Parlamento británico.

Los tacones acapararon unos minutos en la gala de los Goya. Su presentador, Dani Rovira, los calzó para ponerse en los «zapatos de las mujeres». El gesto pretendía ser un gag empático, pero, puestos a defender la igualdad, quizá debería haber abogado por descalzarse de una norma social que anima a las mujeres a elevarse sobre unos tacones de vértigo. Las vimos durante la gala. Haciendo equilibrios en las escaleras. Sujetándose al sólido brazo masculino que las acompañaba. Una fantástica representación de la bella debilidad. También fue relevante la actuación de los actores Adrián Lastra y Manuela Vellés. Interpretaron una canción elaborada con títulos de película. Ella, con un vestido mínimo, justo por debajo de las nalgas. Él… lucía pantalones. Y, reconozcámoslo, nos hubiera extrañado mucho que hubiera actuado en calzoncillos. Llevamos pegado en la mirada el filtro de la discriminación.

*Periodista