Aquellos de ustedes, queridos lectores, que siguen semanalmente esta columna de opinión recordarán lo crítico que fui en su día con la representación de títeres que Manuela Carmena contrató para el carnaval de Madrid. Me pareció repugnante, simple y llanamente, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Pasar dos noches en la cárcel (porque no fue en el cuartelillo donde estuvieron retenidos los dos perroflautas con ínfulas artísticas, sino en prisión) es excesivo se mire por donde se mire.

El mal gusto, la procacidad, el desprecio verbal por las libertades civiles y la educación infantil son gestos repugnantes. Sí. Pero no creo que sean merecedores de prisión. No al menos en una democracia como la nuestra.

El caso es que recientemente hemos asistido a un linchamiento similar. Una concejala madrileña, del equipo de gobierno para más inri, está siendo juzgada por entrar en la capilla de una universidad con los pechos al aire mientras gritaba soflamas revolucionarias. ¿Se trató de un acto de mal gusto, mal ejecutado, poco pensado, aberrante y ofensivo para los católicos? ¡Sí! Sin la menor duda. ¡Que se disculpe de inmediato! Pero de ahí a que la concejala se tenga que sentar en el banquillo de los acusados y que la fiscalía le pida un año de cárcel va un mundo.

El mal gusto, la mala educación, la obscenidad y la impertinencia no son delitos. H