Vamos, mujeres del mundo, confesemos todas juntas: somos unas calientapollas. Sí, eso es lo que somos. ¿Quién de nosotras no ha cogido de la mano a un amigo? ¿Quién no le ha abrazado? ¿Quién, incluso, en un momento de arrebatado cariño, no le ha acariciado una mejilla o le ha revuelto los cabellos? Tú lo has hecho. Y tú. Y yo. ¡Todas unas calientapollas!

Si es que vamos buscando guerra. A ver, mujer, ¿no has pensado que ese amigo quizá está secretamente enamorado de ti? ¿Que tal vez eres su inspiración onanista de cada mañana? Entonces, ¿cómo se te ocurre tocarle? ¿Y si el pobre hombre no puede contenerse? ¿No entiendes cómo sufre con cada caricia tuya? ¡Él, con esa testosterona! Porque, claro, ellos no son como nosotras. Por eso pueden achucharnos, hacernos carantoñas o, incluso, darnos una palmadita en el culo. ¡Es de cariño, mujer! ¿Cuántas veces lo habremos oído? Pero a ellos, el deseo les nubla la voluntad y hasta el cerebro. Y así quedan, al dictado de su miembro. Ya lo dice la palabra que nos define: calientapollas, no calientahombres. Pues eso, que vamos provocando. Después, pasa lo que pasa… Y pasa mucho. Según datos del Ministerio de Interior, más de un millar de mujeres son violadas cada año en España. Tres al día. Una cada ocho horas... ¿Seguimos vomitando estupideces machistas para subir la audiencia?

*Periodista