Hace ya mucho tiempo que quería abordar en esta columna, que es la de ustedes, un tema que se iba postergando porque me venían a la mente otros. Todo arranca de una frase que me decía mi tía Amparito, que fue mi segunda madre, cuando de niño me encaprichaba con algo y reiteraba mi petición hasta la saciedad: «Torna-li la trompa al xic!». Era la expresión adecuada a la circunstancia que hoy se sigue empleando, en situaciones similares como en conversaciones en que se redunda una frase hasta el empacho. Lo chocante es que la locución nada tiene que ver con el contexto que la provoca.

En el afán de encontrar una explicación de esta aparente incongruencia, me viene a la memoria una cancioncilla popular que multiplica el referido estribillo prolijamente: «Torna-li la trompa al xic / que li coste molts diners / que li l’ha comprat son pare / i sa mare no sap res»; vamos, algo así como el Bolero de Ravel (que repite cada uno de los dos temas ocho veces) pero en versión pedestre y callejera. La cancioncilla es una habanera; un ritmo antillano muy difundido desde mediados del siglo XIX que apareció en tonadas populares y llegó a ser tan habitual que ingresó en la zarzuela, en la ópera, en la música de concierto y no digamos en composiciones corales. Es lo que me lleva a colegir que, posiblemente, el origen musical de «Torna-li la trompa al xic!» se pueda datar en el final del ochocientos y a consecuencia de la difusión que alcanzó el redundante tema, por metonimia, se produjo la frase hecha. Es mi opinión. Que, bueno, para eso está esta columna, para opinar.

*Cronista oficial de Castelló