El lenguaje sirve para comunicarse de una manera o de mil maneras diferentes: sirve para adular, para despreciar, para consolar, para honrar… Todos los días observo en la prensa ejemplos de estas modalidades en artículos de opinión, especialmente. Y me duele que se viertan --a veces sin venir a cuento-- epítetos desagradables y fijaciones respecto a personas o instituciones sin caracteres de objetividad. Falta, creo yo, eso, la objetividad. Al final, como se decía de algún existencialista, el lenguaje se convierte en un «bla-bla-bla» cuando realmente su función es de la máxima importancia social.

El respeto es la consideración con que se trata a una persona o a una cosa por alguna cualidad. Es, por consiguiente, un valor basado en la ética y la moral. Porque, como decía Tertuliano, se deja de odiar cuando se comienza a respetar, ya que el respeto es el fundamento para una convivencia pacífica y sana. Vemos con harta frecuencia escritos en los que el autor vierte sus prejuicios a priori --no en estricto sentido kantiano--, por razones ideológicas o de otro tenor. Hay que ser sinceros, pero críticos y respetuosos al margen de la ideología o creencia que uno sustente, respetando siempre la que el otro honestamente defienda, aunque respetar no es compartir. Siempre es más valioso el respeto que la admiración de los demás. Respetar como desearíamos que nos respetaran.

*Profesor