El otro día leyendo un artículo de mi admiradísimo Pérez Reverte, sobre el oficio de escribir, me llamó la atención una frase que cito a continuación: «Después de uno o dos años metido en ello hasta las trancas, dándole a la tecla durante ocho horas diarias, enfrascado en lecturas que documentan o estimulan, conviviendo con los personajes hasta que acaban siendo parte casi real de tu vida…». En ese párrafo aparte de su buen bastimento literario en la construcción de las frases, aparece un término muy de uso pero poco discernido semánticamente que es «hasta las trancas». En términos coloquiales, algunos le otorgan el sinónimo de piernas, pero la RAE, no acepta esta acepción decantándose por la de palo (de ahí que un trancazo se entienda como recibir un golpe con un leño).

En la vivienda de la calle Mayor en la que nací, hace casi 72 años, en los desvanes o graneros, había unos listones (conocidos como trancas) asidos a las vigas con cordeles, para tenerlos fuera del alcance de los gatos, de los que colgaba algún jamón, güeñas, embuchados, butifarras, longanizas..., picadas y embutidas en casa, con sendas máquinas de embudo, con manivela o palanca de presión, que bien conocí. En tal circunstancia, por metonimia, deduzco que tranca puede tener el significado de lo que está en lo más alto. De ahí que cuando uno lee en las novelas o escucha en el diálogo que alguien está enamorado hasta las trancas, quiere indicar que lo está hasta lo más alto, casi como una acepción de infinito. Vamos, como lo estoy yo de mi mujer después de 45 años de matrimonio.

*Cronista oficial de Castelló