Según nuestra Constitución, los partidos políticos son el instrumento fundamental para la participación política. Según nuestra realidad, los partidos políticos son todo lo contrario. Ni funcionan democráticamente, ni saben lo que significa dialogar y buscar acuerdos. Para nada cuentan las bases, ni los militantes ni los simpatizantes, solo una camarilla tan pegada a intereses económicos que algunos incluso cobran por ello. Posiblemente esta sea la razón por la que tenemos una democracia tan joven y tan deteriorada.

La democracia se basa en las razones, no en el engaño o la manipulación. Aquello que la palabra diálogo descubre es que, si queremos, somos capaces de entendernos y de lograr acuerdos a través de la razón expresada en argumentaciones y deliberaciones donde todos deben tener voz. Eso es la democracia: el esfuerzo por alcanzar un acuerdo con los demás, por construir una voluntad común y satisfacer así de forma equitativa los intereses en juego.

Estos días asistimos a la inmolación de un partido que ha representado, más mal que bien eso sí, a la socialdemocracia. El objetivo de este triste espectáculo parece ser abrir la puerta de par en par a un neoliberalismo aún más feroz que el que venimos sufriendo, aún más injusto. Si hay partidos políticos que coinciden en que la justicia social y la regeneración democrática son las tareas más urgentes, sus líderes deberán explicar por qué no acuerdan programas políticos de mínimos y logran así gobernar a través de negociaciones y pactos. Tendrán que aclarar los intereses espurios que lo impiden. H

*Catedrático de Ética