Mi buen amigo Julio Sánchez me interpelaba esta semana acerca de los efectos de la infrafinanciación que sufre la Comunitat, en especial sobre la precariedad en la que se encuentra nuestra querida Universitat Jaume I. Acerca de la financiación está dicho casi todo, que es una injusticia que no puede justificarse, que no tiene otra explicación que la falta de respeto. Existen universidades similares en España que nos doblan el presupuesto. Y aún así aparecemos en los ránkings.

Pero cosa diferente es comprobar cómo se distribuye el poco dinero que tenemos. Y aquí no puedo evitar la impresión de que nuestros políticos no valoran suficientemente el papel de la universidad. Por una parte, se les llena la boca al hablar de que estamos en la sociedad del conocimiento, en la necesidad de la innovación. Pero por otra, olvidan que la fábrica más importante de conocimiento es la universidad. Tanto de conocimiento científico como cultural y humanístico, necesarios ambos para pensar un futuro no solo deseable sino posible. Los rectores no encuentran interlocutor para sus demandas. Por ejemplo, para tener un plan plurianual de financiación.

Sin embargo, aún hay una razón más profunda. Tampoco la sociedad es consciente del valor de la universidad, de su importancia para la transformación de un territorio condenado al sector servicios. Si la universidad lo hace mal, que se pidan responsabilidades. Pero si se esfuerza por hacerlo bien, debe ser la sociedad la que reclame a nuestro gobierno un campus que cuente con lo necesario. No es el valenciano nuestro problema.

*Catedrático de Ética en la UJI