La urbanidad ayuda a que las relaciones ente personas sean más fáciles, más justas y, por supuesto, más humanas. Así lo dice esta antigua disciplina, cuya vigencia práctica e incluso teórica parece decaer, pese a no ser una cuestión trivial, sino muy seria.

Uno de estos días había un acontecimiento deportivo importante y multitudinario en nuestra ciudad que obligó a cerrar el tráfico en numerosas calles. Agentes de la Policía Local y personal auxiliar, supongo, regulaban los vehículos que circulaban por las distintas calles permitidas. Hete aquí que uno, yo, se pierde por rutas desconocidas e intenta acceder a su final de trayecto. Se acerca correctamente hasta un puesto de información, se supone, y sin bajar del vehículo, pregunta a una joven por dónde podría ir para llegar a su destino. Ella le responde que tal calle está cerrada y, sin más, se vuelve de espaldas y desaparece. Uno, yo, la vuelve a llamar con toda corrección y ¡ni caso! Un guardia, presente en la brevísima conversación, me dice textualmente: «Disculpe (a la joven, claro), siga por esa calle, por la siguiente a la derecha, etc... y podrá acceder a su destino».

«Muchas gracias, señor agente, es usted muy amable --le dije--, pero la joven denota muy poca educación, urbanidad o modales. No merece estar en un puesto así. Gracias a usted, de nuevo». Urbanidad es educación y convivencia.

*Profesor