Bernardo del Valle, Vallito, se ha cortado la coleta. Deja los ruedos tras 35 años en la profesión: cuatro como novillero sin picadores y los últimos 31 vistiendo la plata. Más de 1.300 paseíllos. Se va uno de los mejores banderilleros que ha dado Castellón y con él una manera de interpretar el par de banderillas, una suerte que hizo propia, influenciado por dos grandes como Paco Honrubia o Manolo Montoliu, adalides de la torería y pureza, la misma que Vallito rezumó durante tres décadas por todas las plazas de España y Francia, vistiendo con mucho pundonor la plata.

Nacido en Almassora e influenciado por el ambiente taurino de su casa y su pueblo, probó suerte como novillero sin picadores durante cuatro duros años de lucha. Obligado por las circunstancias --había que sacar la familia adelante--, decidió cambiar el oro por la plata. Comenzó a las órdenes de Álvaro Amores y después acompañó al maestro catalán Joaquín Bernadó en su última etapa.

Pronto comenzó a destacar su eficacia con capote y muleta, por lo que su consolidación como banderillero llegaría a las órdenes de Raúl Zorita, que fue figura de los novilleros y joven revelación en sus inicios como matador. Junto a él hizo el paseíllo en todas las ferias y su nombre comenzó a gozar del respeto de los compañeros y profesionales del toro.

Fue durante la década de los 90 cuando Vallito vivió las mieles de estar al lado de las grandes figuras. Toreó a las órdenes de El Tato, Manuel Benítez, El Cordobés; Pedrito de Portugal, con quien toreó durante cinco años; y El Juli, en aquella histórica temporada de 1998 en la que arrasó como novillero en las ferias.

Junto a todos ellos, consiguió el reconocimiento de la afición. En las vitrinas de su casa descansan recuerdos imborrables en forma de premios como los de mejor banderillero en Nimes (1993 y 1994), Madrid, Sevilla, Pamplona, Zaragoza, Castellón, Valencia, Arnedo (tres Fardalejos de Plata al mejor banderillero), o Barcelona, donde en 1989 fue declarado por los críticos taurinos como mejor torero de plata de la temporada en la Monumental catalana.

UN ESTILO PROPIO / Y es que la tauromaquia de Vallito siempre fue un brindis al clasicismo, con la torería por bandera, esa condición innata solo al alcance de los privilegiados. Eficaz y poderoso con el capote, donde destacó fue con los palos. Su par tuvo sello propio. Los brazos caídos, llamando la atención del toro andando hacia él con naturalidad. El medio pecho en el cite y la gallardía en la mirada, desafiante y chulesco.

Cuadrar en la cara y salir andando, con la soberbia del deber cumplido y la torería por montera. Ese era Vallito con los palos. Una entrega que le costó once cicatrices en su cuerpo. En Arnedo, a las órdenes de El Juli, un novillo de Marqués de Domecq le infirió una terrorífica cornada en el cuello. En Algemesí, un novillo de La Quinta le hizo debatirse entre la vida y la muerte, tras cornearle en ambos muslos de gravedad. El doctor José María Aragón le salvó la vida, operándole in situ en el polideportivo de la localidad.

Ahora, Vallito se va, con la espinita de no haberlo hecho, ese era su deseo, al lado de El Pana, torero al que conoció en México. Un amigo en el que vio reflejada su parte más romántica, bohemia y pasional de vivir la vida. El Pana le dio una lección clave a Vallito antes de morir: el toro exige preparación y dedicación. Así lo entendió Vallito y dijo adiós. H

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