Aceptamos que estamos en la sociedad del conocimiento, que el saber es hoy el principal factor de producción, el que mueve la economía y el progreso social. Una economía donde ya se acepta que no solo cuentan los números, que también las ideas constituyen factores esenciales de la competitividad, la innovación y la creatividad. Un progreso que tiene en la justicia y en la sostenibilidad su razón de ser.

Desde estas premisas es fácil comprobar la importancia de la universidad como principal fuente para la generación, enseñanza y transferencia de este conocimiento. La conferencia de rectores afirma que la universidad debe asumir un papel protagonista en los procesos de desarrollo humano, llevando a la práctica nuevas estrategias para construir una sociedad más justa. Modernizar la universidad significa prepararse para contribuir a la construcción de un nuevo modelo social, incorporándolo en su modelo formativo y en su investigación.

Pero si bien somos conscientes del valor de la universidad, parece que no lo somos tanto de que es su autonomía la que posibilita esta generación de conocimiento, su motor y razón de ser. Y para que tengamos autonomía, hace falta independencia económica y política. Las universidades trabajan con unos presupuestos paupérrimos. Por supuesto que debemos buscar mayor financiación externa. Por supuesto que debemos responder mejor de cada céntimo gastado. Pero los políticos deben dejar de pensar en la universidad como un pasivo y pasarla a la columna de activos. Esa es su responsabilidad y ese nuestro futuro.

*Catedrático de Ética