Después de un verano alborotado, volvemos a nuestra breve columna cargados de calor, a veces tórrido, y, sobre todo, de acontecimientos nefastos y días aciagos inolvidables. Vivir es, para muchos -debiera serlo para todos- motivo de gratitud, pero para otros motivo de dolor y, lo que tal vez es peor, de sufrimiento. El dolor puede mitigarse con el paso del tiempo, pero el sufrimiento permanece.

A veces, como en el caso que todos tenemos en mente, uno casi cae en la tentación de creer en la frase latina, popularizada por Hobbes: Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre. Y no es así, pero los actos de violencia parecen proclamarlo sin razón; y lo que resulta también incomprensible son los actos de terrorismo en los que, mediante el asesinato o cualquier otra modalidad, acaban con la vida de gente normal. Con ellos, se persigue coaccionar a países y sociedades y sembrar el terror por mentes radicalizadas, antaño aparentemente sensatas.

El miedo ante el acto terrorista --que es miedo real-- precisa de fortaleza y gestión personal. No podemos negar el dolor ante la muerte de un ser, pero sí podemos hacer surgir el sentimiento de mitigar el sufrimiento que nos impide vivir el presente sin la persona desaparecida. Difícil, pero necesario para sobrevivir y hacer frente a esos descerebrados que pretenden justificar lo injustificable en nombre de no se sabe quién.

*Escritor y antropólogo