En estos momentos de intolerable violencia, sobre todo contra la mujer, necesitamos más que cárceles, Educación, así, en mayúsculas. No digo que no se imparta --¡Dios me libre!--, sino que no se asume, tal vez por el sujeto. El trato al prójimo se convierte en maltrato y las buenas relaciones en distanciamiento y violencia. No es que tenga culpa la educación, no, pero sí el ineducado. Es indemorable modelar a las generaciones futuras en determinados valores para la convivencia, haciendo hincapié en los olvidados derechos humanos, en fomentar la paz y el respeto entre los ciudadanos.

La alarma social sobre la violencia se ha disparado y los medios de comunicación han informado, aunque su influencia, según expertos, puede haber sido negativa en ciertos casos. Es cierto que se está trabajando la educación para la paz en el ámbito escolar, y no tanto en la universidad, pero hace falta una cultura del respeto de mayor proyección. No es ya solo la tolerancia, que parece conllevar cierta carga de conmiseración, sino el respeto. Y no solo la escuela, sino la familia, el hogar como co-educador; la violencia televisiva, por ejemplo, los juegos bélicos, el uso de internet es tarea de la familia. Dice Rojas Marcos a este respecto que «las semillas de la violencia se siembran en los primeros años, se desarrollan durante la infancia y dan sus frutos perversos en la adolescencia».

*Profesor