Vivir una pandemia no es fácil. Con 5 años o con 99. Salvo para expertos en epidemiología, ciencia o medicina (e incluso en esos casos), la amenaza de un virus nuevo, muy contagioso y en algunos casos mortal, está revestida de dudas, contradicciones, temores y confusión, independientemente de la edad de cada cual. Pero de un tiempo a esta parte parece que quienes afrontan las circunstancias con mayor desapego y son responsables de los rebrotes y los riesgos sanitarios tienen entre 12 y 30 años. A falta de perspectiva, de tomar distancia y estudiar con frialdad los datos, en tiempos de covid-19 pudiera concluirse que ser joven es sinónimo de indiferencia y temeridad, una consideración que el Consell Valencia de Joventut ha querido desmontar.

Dice Pablo Salvador, presidente del Consell en Castellón, que a la sociedad se le ha olvidado con mucha facilidad que al principio, durante los meses de confinamiento, los más duros para todos, «fue la gente joven la que se organizó e inició un movimiento de voluntariado para ayudar a los más vulnerables a cubrir sus necesidades básicas». La suya «fue una colaboración muy importante», recuerda, que ahora se ve eclipsada por el empeño de identificar en ese mismo colectivo a los principales causantes de los rebrotes.

Un estudio realizado por el Consell Valencia de la Joventut resalta que cuatro de cada 10 jóvenes valencianos «ha visto afectada su salud mental a causa del confinamiento». En una etapa de la vida en que las relaciones sociales son trascendentes, tuvieron que alejarse de su entorno natural, sus amigos y compañeros, se vieron abocados a ser los únicos supervisores de su educación, con alternativas virtuales. Circunstancias que han pasado factura. Por ejemplo, atendiendo a la información recabada en el informe, el 22,2% de los jóvenes ha perdido su independencia económica.

Y de víctimas, a verdugos. Se están dando a conocer datos alarmantes de contagios en fiestas y celebraciones nocturnas y quienes al principio parecían invulnerables ante la enfermedad, son ahora la fuente de transmisión más común y señalada. Pablo Salvador invita a hacer una reflexión al respecto. Por un lado, cree que da la sensación de que los comportamientos incívicos e insolidarios son la norma. «Me recuerda a ese concepto tan despectivo de los nini que nos englobaba en una generación de personas irresponsables y no comprometidas», con todo lo que de sesgada tiene cualquier clasificación de estas características.

Y por otra parte, lanza una pregunta: «¿Qué alternativas de ocio estamos ofreciendo?». El representante del Consell de la Joventut en Castellón incide en que sería necesario apoyar «entidades e iniciativas que planteen otras maneras de entender el ocio», plantea.

El mencionado estudio advierte de que «la crisis todavía no ha mostrado todas sus consecuencias», en aspectos en los que el confinamiento ha sido más duro: económicos, educativos y de convivencia. Pero tal vez, la cifra más esclarecedora es la que hace referencia a que «al 60% de las personas jóvenes les preocupa y están concienciadas sobre el riesgo», y lamentan la imagen contradictoria que se da en la sociedad, una verdad que muchos han llegado a asumir. Tal vez criminalizarlos no es solución a ningún problema. H