"No conozco a nadie que haya perdido la vida debido a la falta de una cama en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) o respirador ", dijo Jair Bolsonaro en un Brasil cerca del colapso hospitalario provocado por el covid-19. El presidente aseguró que el confinamiento ya no tiene sentido en el gigante sudamericano. Su afirmación no pareció sintonizar con la realidad. Este jueves fallecieron 1.277 personas y se acumulan acumula casi 62.000 óbitos. Los contagios ascienden a 1.501.353 después de que se reportaran 48.105 en las últimas 24 horas. Sin embargo esas cifras ya caen bajo un pesado manto de sospecha. Un estudio de la reconocida Universidad de Pelotas, en el estado de Río Grande del Sur, da cuenta que se han registrado tan mal los casos positivos que habría que multiplicarlos por seis. Desde mediados de mayo a finales de junio el número de brasileños infectados se duplicado y llega al 3,9% de una población superior a unos 210 millones de habitantes. Los cálculos de esa casa de estudio dan cuenta de que existen ocho millones de personas que portan la enfermedad.

Las autoridades sanitarias no solo conocen esas proyecciones: las han patrocinado y no esperaban semejantes resultados. "La interpretación de las conclusiones es responsabilidad del equipo científico del proyecto y no necesariamente refleja la posición del Ministerio de Salud", señaló el epidemiólogo Pedro Hallal, a cargo de la investigación.

La expansión de la pandemia encuentra una de sus razones en el relajamiento de la cuarentena debido a las presiones de Bolsonaro sobre las regiones y los grandes centros urbanos. Solo un 18,9 de los ciudadanos acatan a rajatabla el aislamiento. Antes eran un 23,1%. El número de los que dicen abandonar a diario sus casas pasó del 20.2% a 26.2%. Las cifras son parte de una encuesta complementaria de la consultora Ibope, que entrevistó a 89.397 personas en 133 ciudades del país.

EL IMPACTO SOCIAL

Además de mostrar hasta qué punto se redujo la adhesión colectiva al confinamiento, la investigación de la Universidad de Pelotas ha hecho visible que los pobres han quedado más expuestos al covid-19. Mientras que el 20% más rico de la población tenía una prevalencia al coronavirus del 1.8%, esa relación pasa al 4.1% en el 20% de los brasileños con menos recursos. El corte por raza revela que los pueblos indígenas estuvieron entre los más golpeados en el país (5,4%), seguidos los mulatos (3,1%) y los negros (2,5%). Las conclusiones no han sorprendido a Hallal. Señaló al respecto que aquellos que viven hacinados o con necesidades imperiosas de trabajar han enfrentado más riesgos de contagios.

BOLSONARO LO SABÍA

De acuerdo con Bruno Boghossian, columnista del diario Folha de Sao Paulo, Bolsonaro hizo de la negligencia una política oficial frente a la pandemia. "El desdén se ha convertido en el sello distintivo del desempeño ruinoso de Brasil, que ahora adquiere contornos aún más inquietantes". Boghossian revela que el exsecretario del Ministerio de Salud, el epidemiólogo Wanderson Oliveira, le advirtió en marzo al Gobierno Federal que las muertes por covid-19 podrían ascender a 100.000 en seis meses. "Desde el principio, el equipo de Bolsonaro tenía elementos sobre la gravedad de la enfermedad". Por entonces, el capitán retirado calculaba los decesos en 800 víctimas. Añade Boghossian que Bolsonaro "retuvo información e implementó el sabotaje continuo" de las acciones contra el coronavirus al punto de echar a un ministro de Salud (Luiz Henrique Mandetta) y obligar a otro (Nelson Teich) a abandonar su cargo. El Gobierno también conocía que la cloroquina era un método dudoso de tratamiento, "pero alentó el uso de la droga". El ejército ha almacenado más de un millón de pastillas.

"Lamentamos todos los muertos, pero es el destino de todos", llegó a decir el presidente. Bolsonaro no es el único que banaliza la pandemia. El alcalde de Itabuna acaba de advertir que el 9 de julio reabren todos los negocios de esa ciudad delnordestino estado de Bahía, "muera quien muera".