¿Qué harías si vivieras en un pueblo donde solo tienes 10 vecinos? ¿Cumplirías las reglas de confinamiento generales o pensarías que únicamente están hechas para los lugares que cuentan con más empadronados? La pregunta tiene respuesta más allá del supuesto, porque en Castellón hay muchos municipios que no suman 100 censados, en los que sus residentes están cumpliendo a rajatabla las exigencias impuestas por el estado de alarma, a pesar de que la distancia social sea una constante en sus vidas cotidianas la mayor parte del tiempo.

Bien lo sabe Ovidio, ciudadano de Castell de Cabres, la localidad de la provincia menos habitada, que puede pasar más horas cuidando de sus vacas que relacionándose con otras personas. De hecho, su día a día ha cambiado «bien poco», según asegura. Levantarse temprano para atender a los animales y volver a casa.

En estas poblaciones ponen nombre y apellidos a ese concepto tan repetido de un tiempo a esta parte, el de la España vaciada, que en realidad no lo está. Otra cosa es desatendida, pero en un momento crítico para el conjunto de la sociedad, es aquí donde la humanidad, la solidaridad y la buena vecindad se escribe en mayúscula y negrita. Porque, como destaca su alcaldesa, Mª José Tena, «no pasa un día sin que nos aseguremos de que todos están bien». Ella misma se cerciora de este hecho vía telemática, dado que reside en Morella, donde realiza su confinamiento y desempeña sus funciones en contacto permanente con el concejal que vive en el pueblo, José Ramón Segura, que suple con voluntad los inconvenientes de un aislamiento ahora multiplicado por imperativo.

Propietario del único negocio existente, un bar ahora cerrado, pone a disposición su tiempo para hacer la compra y los recados para cubrir las necesidades esenciales que tengan los demás.

Entre ellos están Isabel Orero y su marido, que hace tres años que viven en el pueblo. Desde marzo comparten pared con la hermana de ella, Carmen, su marido y su hijo Leo, una familia que reside en Benicarló y decidió huir del bullicio de las Fallas. Ya trasladados, llegó la decisión del Gobierno. Leo es ahora el único menor de Castell de Cabres y ya puede llenar de juegos unas calles silenciosas. Y como otros tantos niños, realiza sus tareas escolares conectado con Pili, su maestra.