De no ser por la excepcionalidad de las circunstancias actuales, en esta época del año Vallat no tendría más de 8 o 9 vecinos, pero a algunas de las personas que tienen en el pueblo su segunda residencia les pilló allí el estado de alarma, «y aquí se quedaron», por lo que desde el 14 de marzo la población fija ha aumentado hasta los 45 habitantes --en verano pueden alcanzar los 200--, un número que no ha variado hasta ahora porque «no ha entrado ni ha salido nadie, salvo para trabajar o hacer alguna compra puntual», dice el alcalde, Óscar Edo.

La soledad que les caracteriza es ahora, más que nunca, uno de sus principales valores, en especial desde el sábado. El inicio de la ansiada desescalada los ha convertido en unos privilegiados, curiosamente en la España vaciada.

El respeto general que han demostrado por las exigencias del confinamiento bien merecía el premio de no tener horarios de salida, en lo que Edo describe como «un pequeño paraíso», rodeado de vegetación --más exhuberante esta primavera--, y de dos ríos por los que pueden volver a pasear, por fin, después de casi 50 días de salidas muy contadas, solo para lo más imprescindible.

En su aislamiento, no son pocos los que cubren las necesidades esenciales con los encargos que realizan al carnicero, la farmacéutica o el panadero que les prestan servicio desde las localidades cercanas, «aunque algunos vecinos han ido alguna vez al supermercado de Onda o han comprado por internet en hipermercados y se lo han llevado a casa».

Aleix y Abril son los dos únicos niños de Vallat en estos momentos. Tras la flexibilización de las medidas de los últimos días, dan vida a unas calles que, el propio alcalde, --que trabaja en las brigadas forestales--, y varios voluntarios se encargan de desinfectar.

Si bien el contacto con el entorno natural está al acceso de todos con solo asomarse a la ventana, vecinos como Ferran Rovira lo disfrutan con más amplitud. Este joven estudiante compatibiliza sus tareas educativas con el cuidado diario del ganado.

Otros residentes que no han dejado de trabajar son Fernando Rovira, carpintero, o Pepe, que no ha parado por la campaña citrícola. Entre quienes viven de forma continuada en el pueblo están Montse y Antonio. Tener la huerta en su casa, como es su caso, lo hace todo más fácil.