Oficialmente, J.L., vecino de Barcelona y técnico de cuidados auxiliares de enfermería, no ha superado el periodo de prueba en un gran hospital de su ciudad. Pero no es que no diera el nivel. En realidad le han despedido aprovechando que su contrato de seis meses como personal de refuerzo contra la covid-19 da la oportunidad de suspender la relación laboral durante los dos meses de prueba que permite la ley, y sin indemnización.

Con esa añagaza, o sin ella, está siendo despedido en Catalunya y fuera de Catalunya un creciente número de jóvenes ayudantes de enfermería contratados en la leva que la sanidad hizo para los peores días de la epidemia.

J.L. tiene solo 20 años. Quiere estudiar enfermería el año que viene. Está convencido porque la experiencia de la pandemia le ha enseñado mucho: "Mis padres me decían que era peligroso, pero no me arrepiento; me ha encantado ayudar; la gente te lo agradece mucho".

Y eso que su memoria de chaval guarda ya cosas terribles. "Recuerdo a una señora mayor, enferma de covid, que lo pasaba mal. Me dijo: ‘Ya verás cuando seas mayor, qué duro es depender de otra persona’".

Envolver a los muertos

Dice J.L. que desde entonces tiene claro que "la vida hay que vivirla, porque en un momento puedes perderla". Y la demostración más palmaria la ha tenido en pacientes de coronavirus que llegaban a su planta hablando, bromeando incluso para darse ánimos, y al día siguiente "empezaban a desaturar, empezaban a morirse". A los TECAES como él les tocaba después la dura labor de "envolver" su cuerpo en "una doble bolsa blanca, que fijábamos con cinta adhesiva", cuenta, y de recoger sus cosas y meterlas en otra bolsa, para la familia.

El 6 de abril le reclutó su hospital; el 12 de mayo, un administrativo de Recursos Humanos puso fin a su contrato con una llamada telefónica. "Ya no hay tanto covid" le dijo. "Me siento un poco traicionado", relata. Entre otras razones, porque con perspectiva de seis meses de contrato, dijo no a otras ofertas.

Pero también porque en su casa vive una anciana con diabetes y asma y, para no ponerla en peligro, J.L.. ha sido uno de los centenares de sanitarios que no dormían en casa. Tras un turno nocturno de doce horas día sí día no, se iba a un hotel junto al hospital. "Te duchabas, dormías, te ibas a comprar comida, porque allí no nos daban de comer... Pero me ha encantado la experiencia de ayudar".

"Hacen falta manos"

A gente como J.L. la volverán a llamar si hay un rebrote, y eso indigna a todos los sanitarios consultados. "Todo lo que llevamos de siglo XXI ha sido de recorte a la Sanidad. Prueban si la máquina funciona con uno menos, y con otro menos, y con otro… Van apretando", lamenta Ainara Morollón, enfermera del Hospital La Paz Madrid.

Fragmento de la vida laboral de un enfermero castellano que ha de hacer de correturnos. Son 37 contratos de un día en 17 meses. / EL PERIÓDICO

Cuando los aplausos arreciaban en los balcones a las ocho de la tarde, sanitarios como Ainara comentaban por whatsapp que aquello estaba bien, pero que falta personal y hay precariedad y malas condiciones de trabajo en clínicas y centros de salud. De esas charlas de whatsapp salió la plataforma Sanitarios Necesarios, que este fin de semana ha preparado una protesta para las 20 horas de este lunes en los hospitales madrileños de La Paz, Gregorio Marañón y Doce de Octubre.

En el Sistema Nacional de Salud que tanta gente creía el mejor del mundo, hay enfermeros titulados y con experiencia que pueden llegar a encadenar 37 contratos de un día de duración entre julio de 2018 y enero pasado, como se ve en la vida laboral que ilustra este reportaje. "La crisis -comenta Ainara Morollón- ha hecho que se vea que la Sanidad no está cuidada. Queremos demostrar que esto no viene de ahora. Con más plantilla, hacer frente a la epidemia de coronavirus no habría sido tan duro".

"También hay gente a la que se contrata un lunes y se le despide un viernes, para volver a cogerla al lunes siguiente y sin pagarle el fin de semana -lamenta Ainara-, y bajas que no se cubren hasta pasados 15 días. Hacen falta manos. La Covid ha bajado, pero a dejado secuelas a mucha gente y hay una gran lista de espera para otras enfermedades. Sin embargo, están tirando personal por la borda".

En una situación de pandemia, numerosos sanitarios eventuales no pueden permitirse el lujo de coger vacaciones. "Se está a lo que se está, y no descansan", comenta Ainara. Su plataforma es "una expresión de cansancio", explica. No quieren que el sistema vuelva al ratio de antes de marzo pasado: en un centro de atención primaria, tres minutos por paciente para el médico y seis minutos por paciente para el enfermero.

Cuando llegue el rebrote…

El sindicato de enfermería SATSE ha denunciado en Madrid y en Barcelona, las dos áreas más castigadas por el coronavirus, que no se renuevan o se rompen antes de tiempo los contratos de "refuerzos covid", aquellos que se hicieron para ayudar a parar el golpe. No todos, al menos: en Madrid, calcula el sindicato, ya no serán 380 las enfermeras contratadas para reforzar los centros de salud, sino alrededor de 200.

En Catalunya, SATSE está exigiendo que se convoquen nuevas ofertas públicas de empleo para "acabar con la precariedad de las enfermeras y fisioterapeutas".

Jesús García García, enfermero madrileño y secretario de acción sindical del sindicato SATSE-Atención Primaria / DAVID CASTRO

Jesús García García, secretario de acción sindical de esa central, cree que solo en Madrid hay un déficit de 1.000 enfermeros. Y añade otro dato: mientras en Alemania habrá 20 rastreadores por cada 100.000 habitantes, y 13 en Bélgica, en Madrid serán 3.

"Hay riesgo de rebrote, hay que atender ya a los enfermos ‘no covid’ retrasados y necesitamos tomarnos nuestros descansos. Por todo esto pedimos nuevas contrataciones", dice. En estas condiciones, "no estamos ni emocional ni estructuralmente preparados para un rebrote".

Pacientes aparcados

"No solo los abuelos: también el enfermo crónico está pagando las consecuencias de la Covid-19", asegura este enfermero madrileño, especialista en atención primaria. Durante la parte alta de la pandemia, en los centros de salud de Madrid y Catalunya se tuvo que aparcar el seguimiento de muchas hipercolesterolemias, hipertensiones, diabetes, epoc, análisis de sangre y de orina, por no hablar de pequeñas cirugías no urgentes…

"Y se dejaron de hacer pruebas y analíticas muy importantes", lamenta García, al que unos urólogos de un hospital público le han puesto el ejemplo de cómo un paciente que empezara con un cáncer de vejiga en marzo, si no se hizo pruebas, si aplazó su biopsia, si no empezó la quimioterapia, ya en mayo ha pasado de estadio y tiene muy mala solución.

Ya en desescalada los centros de salud de barrio o de pueblo deben retomar las agendas postergadas. "Hay un montón de jubilados en los pueblos y los barrios que no han estado yendo al médico por miedo. Pero aún no se ha empezado a retomar todo eso con normalidad, y la lista de espera acumulada es brutal -lamenta este enfermero-. Es disparatado despedir a los contratados".

El problema, además, tiene además una variable arquitectónica. Los centros de salud, a los que en la desescalada toca ser la primera línea de lucha contra el virus, suelen ser pequeños en los cascos centrales de las ciudades, donde el espacio es muy caro. Eso implica que "no hay espacio suficiente para guardar la distancia de seguridad -dice García-. Las consultas ya no serán como antes".