Cualquier fin de semana o en fechas señaladas, como Pascua o verano, Higueras puede alcanzar los 300 o 400 vecinos. Desde el pasado 15 de marzo, no son más de 27. «Sé que en otros pueblos hay gente que ha ido a pasar los días festivos en las segundas residencias del interior, pero aquí no ha sido así», explica la alcaldesa, Mª Mercedes Giménez, quien agradece esa toma de conciencia sobre la situación de quienes siempre son bienvenidos en este municipio del Alto Palancia.

Allí se repite el patrón de otras localidades con menos de 100 habitantes de la provincia. Solo tienen un negocio, el bar, cerrado por imperativo legal. Su propietaria, Amelia Gil, se ha convertido en el ángel de la guarda de los más mayores. Es consciente y asegura que se han «transformado en una especie de residencia, aunque cada uno en su casa».

Siente el compromiso personal, como le pasa a la primera edila, de velar por la seguridad y el bienestar de los ancianos, que «todos los fines de semana solían recibir la visita de sus hijos, pero ahora no pueden y están más solos», que no desatendidos.

La compra, cada 15 días

Hay rutinas que no han cambiado. La munícipe incide en que «cada 15 días sigue viniendo Pollos Planes», para que puedan comprar carne; «y A Bordo, con el pescado y los congelados». Tampoco falta a su cita periódica el servicio de butano. Y para todo lo demás, están Amelia y Mercedes.

Una costumbre establecida entre la gran mayoría era acudir a diario al bar para comer. La propietaria preparaba un menú, adaptado a las necesidades de sus dietas especiales y los residentes llegaban a su establecimiento. «Era su paseo diario, su oportunidad para poder relacionarse», dice. Que les hayan quitado esta opción, porque están cumpliendo con riguroso respeto el confinamiento, no quiere decir que tengan que privarse del servicio. Amelia sigue cocinando para ellos y les sirve a domicilio, tanto la comida como el pan, que ella misma elabora.

Lo que más han acusado ha sido el cierre del ambulatorio, «pero hay que sobrevivir como sea», dice la alcaldesa. Y también se han adaptado a esa carencia. Hace algunos días, uno de los vecinos se puso enfermo: «Llamamos a Viver, vino una ambulancia a por él, estuvo en observación en Sagunto y volvió a casa».

Con todo, «la gente empieza a estar cansada, tienen ganas de ver a los suyos». Y llenan el tiempo como pueden. Teresa va a diario a dar de comer a sus gallinas; Carmen, la suegra de Mercedes, de 91 años, ha sustituido sus paseos diarios «por ir a tirar la basura, es todo lo que sale ahora, se conforma con esos 30 metros».

No falta la higienización de las calles, pues los trabajadores municipales se encargan a diario.