Eran otros tiempos y otras circunstancias. La sanidad no era la misma y las comunicaciones, tampoco. Pero entre la crisis actual del covid-19 y la llamada gripe española de 1918 hay muchas similitudes. En Castellón, a la pandemia que hace 102 años mató a 50 millones de personas en todo el mundo, se la bautizó con el nombre de la cucaracha. Y causó grandes estragos. Durante tres meses (en la provincia el brote empezó en agosto y se dio por finalizado en noviembre) enfermaron un total de 68.000 personas y fallecieron 2.000. Al igual que ahora, fue un virus importado, y también al igual que ahora en Castellón hubo que suspender fiestas y ferias agrícolas y ganaderas, y el curso escolar empezó unas semanas más tarde en un intento por evitar la propagación de la epidemia.

Considerada la mayor catástrofe del siglo XX, la mayoría de las investigaciones sitúa el origen de la pandemia (su inicio oficial fue el 4 de marzo de 1918) en un campamento militar de Estados Unidos. La primera guerra mundial, con el constante movimiento de tropas, contribuyó a su rápida expansión. Todas las potencias participantes en el conflicto bélico hicieron lo posible para ocultar las noticias sobre la enfermedad, y como España era neutral y no hizo nada para esconder las elevadas cifras de enfermos y fallecidos, empezó a correr el bulo de que el nuestro era el país más castigado por la pandemia. De ahí que a esa gripe se la llame (o, mejor dicho, se la mal llame) la gripe española de 1918.

Quienes han investigado aquella pandemia aseguran que el virus llegó a España desde Francia y lo hizo a través de los cientos de jornaleros españoles y portugueses que en aquellos tiempos se desplazaban al país vecino para cubrir la mano de obra vacante ocasionada por la guerra europea. El primer caso atribuido oficialmente a la gripe en España se registró en Madrid en mayo de 1918. En Castellón los primeros contagios llegaron tres meses más tarde, en agosto, y se localizaron en les Alqueries, según recogieron José María Escrig, Pilar Boronat y María Soledad Navarro en un trabajo de investigación titulado La cucaracha y publicado en el 2009 por la Universitat Per a Majors de la Jaume I (UJI).

Pero lo peor en la provincia llegaría a finales del mes de septiembre. El virus empezó expandirse y en decenas de municipios causó verdaderos estragos. En Torreblanca, por ejemplo, solo el 5% de sus vecinos no estuvo contagiado por la gripe, mientras que en Forcall llegaron a contabilizarse 2.271 enfermos (incluidos los dos médicos de la localidad.) En el Desert de les Palmes los 14 monjes de la comunidad resultaron afectados por el virus, mientras que en Almassora la cifra total de infectados superó el millar.

Solo tres pueblos inmunes

El virus azotó otros municipios como Segorbe, Zucaina, Xert, Sant Mateu o Vinaròs y tan solo tres localidades de la provincia quedaron inmunes, según declaraciones a los periódicos de la época del doctor José Clará Piñol, por aquel entonces inspector provincial de Sanidad y que fue quien dirigió las operaciones de atención a los enfermos, visitó cada uno de los pueblos afectados y marcó las pautas a seguir al personal sanitario de la provincia.

La cucaracha afectó en Castellón a 68.000 personas (el 20% de la población de la provincia que por aquel entonces tenía poco más de 330.000) y lo peor de todo fue la gran cantidad de muertes que provocó. En octubre del 1918, en la capital hubo días en los que murieron hasta una veintena de personas. En Vila-real, desde principios de agosto a finales de noviembre, fallecieron 102 personas (el Ayuntamiento tuvo que construir nuevos nichos en el cementerio) y en Burriana hubo tantas víctimas que las campanas dejaron de tocar a muertos para no crear más alarma entre una población que ya no se atrevía salir a la calle por miedo al contagio. En Almenara contabilizaron 18 defunciones, según concluyó un estudio de la investigadora local Lara Cardona.

Pero, ¿cómo es posible que una simple gripe acabara matando a 2.000 personas en la provincia y a más de 300.000 en el conjunto del país? Los investigadores coinciden en asegurar que la situación económica de la España de 1918 contribuyó en gran manera a la elevada mortalidad. De hecho, había problemas para acceder a alimentos básicos como el pan y a productos indispensables en aquel tiempo, como el carbón. Y como la población estaba muy debilitada, el virus lo tuvo más fácil para hacerse letal. El propio José Forcada, alcalde de Castelló en 1918, escribió una carta al ministro de Abastecimiento en el que le advertía que las condiciones en la capital eran muy malas. «Pido que se tomen medidas encaminadas a abaratar las subsistencias y que se faciliten artículos de primera necesidad para que la provincia no se muera de hambre», decía la misiva.

Los jóvenes, en la diana

A diferencia del coronavirus, que se cierne con mayor peligrosidad entre los pacientes de más edad, la gripe española de 1918 se cebó especialmente entre los más jóvenes, sobre todo personas de entre 20 y 40 años. Por eso, los periódicos de la época estaban repletos de esquelas de hombres y mujeres de entre 20 y 40 años y de toda condición social (hasta el rey Alfonso XIII acabó contagiado), desde agricultores a operarios, desde estudiantes a alcaldes de pequeños municipios, desde modistas a notarios... ¿Los motivos? Las teorías científicas más aceptadas apuntan a que, décadas antes de la gran pandemia, circuló un virus similar pero menos letal y las personas mayores que lo superaron en su época consiguieron cierta inmunidad frente al nuevo virus que se propagó en 1918.

La vida cotidiana cambió

Al margen de la mortalidad, la epidemia tuvo un efecto brutal en la actividad cotidiana. Igual que ahora. En los pueblos contaminados se prohibieron las fiestas y los espectáculos, así como la celebración de ferias y mercados y la visita anual a los cementerios con motivo del día de Todos los Santos. La apertura del curso académico 1918-1919 se retrasó en todos los centros docentes, y se impuso la higienización de las posadas y cuadras de ganado, además de la vigilancia de los solares vallados y la desinfección de los lugares de reunión.

El día a día de las familias cambió y, en un país con muy pocos medios sanitarios, la población se protegía como buenamente podía. Y muchos tiraban de remedios caseros: desde beber caña y ron para espantar el virus a lavarse con vinagre.

El doctor Clará, el Fernando Simón de hace cien años

Al igual que en la actual crisis del coronavirus, los periódicos de la época recogían cada día las informaciones y recomendaciones que daban las autoridades sanitarias. Y si ahora es Fernando Simón, responsable del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, el que comparece prácticamente a diario para dar información sobre la evolución de la epidemia, hace cien años en Castellón la voz cantante la llevó el doctor José Clará.

Natural de Torreblanca, Clará era el inspector provincial de Sanidad y, puntualmente, iba transmitiendo a los periodistas cómo evolucionaba la enfermedad en la provincia (el médico visitó todos los pueblos afectados) y cuáles debían ser los pasos a seguir por la población con tal de evitar nuevos contagios. El que fuera también director del Hospital Provincial (durante la epidemia de 1918 el centro de mando en la provincia estuvo es este centro sanitario), insistió en varias ocasiones en la necesidad de evitar darse la mano al saludar y en extremar las medidas de higiene.

Además de las noticias que llegaban por parte de las autoridades sanitarias (nada que ver con el aluvión de información de ahora) en los periódicos aparecían anuncios en los que se publicitaban medicamentos para combatir la gripe española. Uno de los que más éxito tuvo fue Depurasa, un fármaco que se vendía en las farmacias de Castellón y que costaba 3,50 pesetas. Después llegaron unas pastillas denominadas Monserrat, que prometían aliviar la tos consecuencia de la gripe.