Los municipios del interior se han vaciado todavía más. Los vecinos cumplen el confinamiento a rajatabla y eso que no hay tantos ojos para vigilar. Incluso si salieran a dar una vuelta por las calles o los caminos que rodean los pueblos, seguramente no pasaría nada porque no encontrarían un alma. Pero casi nadie lo hace.

En casa de Paco Hidalgo y Yolanda Arrufat, en Villahermosa del Río, la rutina es muy similar a la de cualquier otra familia de Castellón. Ambos son sanitarios y tienen tres hijos, Laura, Alejandro y Adrián, cuyos días transcurren entre los deberes, los juegos de meses y los fogones, dado que se han convertido en unos pequeños chefs. «La ventaja de vivir aquí en el pueblo es que, excepto para ir a trabajar, no salimos para nada. Nos recogen la basura de la puerta, nos traen la comida de la tienda a casa, incluso el farmacéutico nos trae los medicamentos y la carnicera, la carne», cuentan Paco y Yolanda. «Los niños hablan con los vecinos por el balcón y tenemos la enorme suerte de que desde casa vemos la naturaleza y el monte, e incluso las cabras hispánicas corriendo por las rocas», describen.

José Manuel Bou también es vecino de Villahermosa y, cada dos días, sale a dar de comer a sus perros y aprovecha para disfrutar del entorno. También cultiva en su huerto productos que recoge para el abastecimiento propio. «Estoy jubilado, pero echo de menos hacer algún que otro vino en el bar, con los amigos», confiesa.

La misma suerte tiene Sergio Bellés. Reside en Figueroles, en plena comarca de l’Alcalatén. «Aquí vivimos este periodo de una forma más natural porque disfrutamos de los paisajes y de la tranquilidad del entorno», indica. «Estos días hemos organizado un video promocional para que los jóvenes de Figueroles mandaran sus fotos del confinamiento», añade Sergio, que es concejal de Fiestas y Juventud.

MÁS SOLIDARIOS QUE NUNCA

El apoyo entre vecinos, que estos días es noticia en todos los medios de comunicación, hace años que se practica en los pueblos. Panaderos que llevan barras a casa de sus clientes mayores, jóvenes que hacen la compra a su vecino de enfrente... Y los ayuntamientos están jugando un papel esencial para que a ningún lugareño le falte de nada ni se sienta solo.

En Catí, por ejemplo, el alcalde y los concejales han repartido mascarillas casa por casa. No han dejado ningún domicilio por visitar. «La gente mayor está viviendo toda esa situación con muchísima intranquilidad y lo que intentamos desde el Ayuntamiento es ayudarles y mandarles un mensaje de máxima tranquilidad», explica su alcalde, Pablo Roig.

Talleres virtuales para niños, música en los balcones, vermut al mediodía desde casa... en Catí han tirado de imaginación para que el encierro resulte lo más llevadero posible. Y la respuesta de sus vecinos ha sido de matrícula. Jubiladas y amas de casa como Humildad, Gabriela o Angelita han cosido decenas de mascarillas y José Miguel Carbó, de manera altruista, desinfecta todos los días las calles y locales públicos del pueblo. «La implicación de la gente está siendo increíble. Todos colaboramos para poder llevar esta situación lo mejor posible», sentencia Roig.

AL PIE DEL CAÑÓN

Los que trabajan viven el confinamiento de otra manera. Es el caso de Diego Ibáñez, veterinario en la comarca de Els Ports y Teruel. «Nosotros seguimos trabajando diariamente. Los animales siguen enfermando y tienen que pasar los controles sanitarios como siempre. Nuestra labor es precisa para que la comida llegue a las tiendas», afirma. Si bien con medidas de seguridad y de aislamiento, completa jornadas maratonianas de masía en masía para sanar aquellos animales que lo precisan y pasar los controles estipulados.

Diego Ibáñez ha continuado trabajando con cierta normalidad, pero vive con preocupación la pandemia y señala las graves consecuencias que tendrá para el sector primario. «Vivirá la crisis económica con mucha intensidad. Si el sector servicios para los hoteles y restaurantes no demanda carne, los mataderos no pedirán animales para el sacrificio a los ganaderos. Es una rueda», argumenta el veterinario.

Quien no puede trabajar es Begoña Cotolí, gerente del Mesón la Torre de Ayódar. «Un desastre. La temporada de Semana santa la hemos perdido y la verano, vamos por el mismo camino.», lamenta esta autónoma que dice estar cansada de pelear con los bancos: «Me estoy reinventado y preparo comidas a domicilio. Ya veremos. La única suerte es que estoy en plena naturaleza».

EL RESURGIR DE LAS TIENDAS DE ULTRAMARINOS

Las tiendas de ultramarinos de los pueblos, las de toda la vida y que antes del confinamiento se iban apagando poco a poco, resurgen y lo hacen porque los vecinos ya no cogen el coche para comprar en las grandes superficies. Ahora consumen en el pueblo y los comerciantes se han adaptado a la situación. Cogen pedidos por teléfono o llevan la compra al domicilio de sus clientes.

Fina Pérez regenta desde hace 15 años un pequeño supermercado en Canet Lo Roig y asegura que la insólita situación que ha generado el estado de alarma le beneficia. Sin embargo, no se alegra por ello. «Económicamente se ha notado porque la gente no puede ir a las grandes superficies que hay en otros municipios más grandes y vienen a nuestra tienda», describe.

También ha detectado cambios en las costumbres de la propia clientela. «Antes venían prácticamente cada día y ahora hacen la compra para la semana. La verdad es que aquí en Canet la gente está muy concienciada con el confinamiento y procura salir sólo para lo necesario», asegura.

El comercio de Fina, como todos los del interior, está bien surtido. Hay de todo: fruta y verdura fresca, congelados, conservas, charcutería envasada, productos de limpieza, artículos de ferretería... Sus profesionales se encargan de que a los clientes no les falte de nada. Y si en las ciudades los súper llevan la compra a casa, en la mayoría de pueblos las tiendas también lo hacen. Por solidaridad.