Se había concebido como un baño de multitudes para relanzar la campaña del presidente de Estados Unidos y escenificar algo parecido al regreso de la normalidad, pero no funcionó. El primer mitin de Donald Trump en más de tres meses, celebrado en Tulsa (Oklahoma), estuvo marcado por una afluencia de público mucho más modesta de lo que es habitual, con un tercio de la grada vacía y muy poca gente frente al escenario, de acuerdo con las crónicas locales y las imágenes de televisión. La pantalla gigante instalada en el exterior para los miles de personas que teóricamente se iban a quedar fuera al rebasarse el aforo del polideportivo tuvo que desmantelarse por falta de público. Y, para colmo, seis empleados de la campaña de Trump dieron positivo por Covid-19 antes de que comenzara el mitin.

No son buenas noticias para un presidente que ha visto como se nublaban sus perspectivas de reelección en noviembre por su gestión del coronavirus y el parón económico. El desplome en las encuestas es generalizado y ha disparado la preocupación entre los republicanos, conscientes de que el país está muy lejos de haber dejado atrás la pandemia por más que se hayan levantado los confinamientos. La campaña de Trump echó las culpas de la decepcionante entrada a los grupos de manifestantes que pulularon por las inmediaciones, a los que acusó de haber bloqueado las entradas. Los manifestantes radicales, sumados a las incansables arremetidas de los medios, trataron de amedrentar a los simpatizantes del presidente, dijo su campaña. El aforo máximo era de 19.000 personas.

Pero lo cierto es que la jornada transcurrió con mucha más armonía de la prevista y solo una persona fue arrestada antes del mitin, según la policía de Tulsa. La mayoría silenciosa es más fuerte que nunca, proclamó Trump recurriendo al concepto popularizado en su día por Richard Nixon. Sus casi dos horas de parlamento combinaron los habituales agravios contra los medios, los demócratas o los jueces, con el repaso a los logros de su primer mandato y larguísimos monólogos cómicos para explicar recientes momentos embarazosos como las dificultades que tuvo para descender de una rampa en West Point, que dieron pie a toda clase de especulaciones sobre su estado de salud.

Trump apenas entró en el debate sobre el racismo que recorre el país. Ni siquiera mencionó a George Floyd y pasó completamente por alto la siniestra historia de Tulsa, donde se produjo en 1921 un pogromo contra la población negra en el que fueron asesinados 300 afroamericanos y se quemaron barrios enteros, incluido el llamado Wall Street negro. Sus pocas palabras al respecto fueron para mostrar su respaldo a la policía y condenar el derrumbe de estatuas confederadas y de los artífices de la conquista de América. La muchedumbre desatada de izquierdas está tratando de vandalizar nuestra historia y profanar nuestros hermosos monumentos, dijo antes de anunciar que propondrá una ley para encarcelar durante un año a todos aquellos que participen en el derribo de estatuas. Quieren demoler nuestra herencia para imponer en su lugar un régimen represivo.

Trump acusó a Joe Biden, su rival demócrata en noviembre, de ser una marioneta indefensa de la extrema izquierda, aunque no parece haber dado todavía con la tecla que le permitió demonizar con éxito a Hillary Clinton en 2016. Las mascarillas no eran obligatorias en el recinto y muy pocos las llevaron, a pesar de que se repartieron a la entrada y se tomó la temperatura a los asistentes. Tampoco se la puso el presidente, que entró en cólera tras conocer que su campaña informó a la prensa de que seis de sus empleados había dado positivo antes del mitin.

Más de 120.000 estadounidenses han muerto por la pandemia, pero Trump dijo que ha hecho un trabajo fenomenal al respecto y volvió a mofarse del virus, al que llamó Kung Flu, un juego de palabras que minimiza su importancia y le añade tintes xenófobos. Incluso llegó a decir que quiere que se reduzca el número de pruebas de diagnóstico realizadas, unas pruebas al alza que su Administración ha utilizado para tratar de justificar el repunte de contagios en numerosos estados y la incapacidad del país para doblegar la curva. Poco después, la Casa Blanca trató de anticiparse a la tormenta afirmando que había sido una broma.