Hemos cometido muchos errores, delitos y faltas. La prensa local castellonense ha pecado --he pecado-- de provincianismo en multitud de ocasiones y eso provoca la aparición de una ceguera parcial. En otras palabras, no hemos sabido --o no hemos querido-- ver más allá de lo que nos resulta no ya cognoscible, sino cercano y tradicional, rayando a veces lo chabacano. No me malinterpreten, no ataco nuestras costumbres ni ignoro su importancia. Nada más lejos. Sin embargo, hemos obviado el trabajo de ciertas personas por el mero hecho de no seguir unas directrices morales y profesionales que no logro alcanzar a comprender --aunque esto es otro tema--. El caso de Emilio Bueso es uno de ellos.

Me cito con el escritor castellonense en la cafetería de la librería Argot para hablar sobre su última novela, Extraños eones, que ha publicado este año la histórica editorial Valdemar. Al poco de entablar conversación me confiesa que Castellón, su propia ciudad, “no absorbe lo que hago. Digamos que no interesa, y he llegado a aceptarlo”. Resulta sorprendente tal afirmación, teniendo en cuenta que estoy ante uno de los referentes en España de la literatura de género. Aunque, pensándolo bien, es cierto que la narrativa fantástica o de terror cuenta con pocos seguidores. Al menos, aquí. “Si en una ciudad, como la mía, no hay lectores de este tipo de novela, no puedo hacer nada. Al final llega un momento en el que ya no promociono mis libros aquí”. Precisamente, Extraños eones no tuvo presentación en Castellón. Tampoco en Valencia. Madrid y, sobre todo, Barcelona son las ciudades que lo reclaman. Y hacen bien, todo hay que decirlo.

Bueso ha logrado abrirse un hueco en la literatura española a través de su particular forma de contar historias, mezcla de realidad y fantasía. Sus influencias, o sus lecturas de adolescencia tuvieron a Michael Ende, Tolkien y Lovecraft como algunos de sus protagonistas. De hecho, podríamos afirmar que a día de hoy es uno de los pocos que mejor ha sabido adentrarse en la cosmogonía lovecraftiana. “H. P. Lovecraft manejaba unos registros dentro de la literatura de terror que no se han superado”, remarca, para añadir que “todos los autores que han intentado acercarse al mundo que Lovecraft creó a través de sus novelas han fracasado miserablemente. El reto de trabajar con los Mitos de Cthulhu es muy complejo. Hay autores de primera línea como Ramsey Campbell, que han intentado atacar eso y se han calzado un hostión del 45. En mi caso, ¿qué ocurre? Como tengo algo que demostrar y bien poco que perder me tiré a esa piscina a muerte y, de momento, parece que poca respuesta negativa ha habido”.

Hasta la fecha, creo que nadie puede objetarle gran cosa. Sus dos premios Celsius --prestigioso galardón que reconoce la mejor novela de fantasía, ciencia ficción o terror publicada originalmente en castellano--, que logró por sus novelas Diástole y Cenital, ambas publicadas por Salto de Página, le situaron en el mapa. Tras ellas, publicó Esta noche arderá el cielo, novela violenta, mezcla de terror y western, repleta de moteros, armas biológicas y una carretera solitaria y extraordinariamente larga como la Trans-taiga, en Canadá. Un peldaño más en su ya de por sí original forma de ver y entender la literatura. Y en este 2014, una vuelta de tuerca con Valdemar y un auténtico reto: enfrentarse a Lovecraft. “Siendo un prosista infame, incapaz de crear un personaje o un diálogo decentes, nadie ha conseguido trabajar ni la locura, ni el horror cósmico como él. Lovecraft fue un escritor de terror aterrorizado”, afirma. Por ese motivo, quizá, tenía que enfrentarse a él, “tenía que hacer ese pinito y por ese motivo escribí una novela que ambienté en El Cairo, Egipto, y en los mundos de Lovecraft”.

'EXTRAÑOS EONES'

“En mi obra intento combinar lo más crudo de la realidad y lo más demencial de lo fantástico. La apuesta en esta novela era conseguir que lo que no es horror cósmico, lo que no es literatura de terror, sino realismo o, incluso, costumbrismo --como podría opinar un cairota-- pueda producir más sensación de miedo. En otras palabras, que sea precisamente el artefacto literario de terror el que desmerezca a la hora de trabajar el miedo”, me dice, e insiste en que “yo quería incluir aquello que para muchos de los seguidores de este género es lo más grande, es decir, toda la cosmogonía de Lovecraft; ponerla al lado de una realidad que ya ni siquiera ves en un telediario, y que fuera esto último lo que conmoviera y asustara más a la gente”. Y lo logra con nota. ¿La clave? El miedo.

Según Emilio Bueso, “cuando te dedicas a la literatura de terror lo que haces es trabajar el miedo. El miedo no es una emoción cualquiera. Es la base de funcionamiento del cerebro de los seres vivos. Es lo que permite que aflore el sentido de supervivencia y de conservación. En la humanidad, es el pilar sobre el que se han construido todos los regímenes políticos y las religiones. Somos miedo, nos definimos por nuestros miedos”. Y lo que hace este autor es “trabajarlo de una manera menos convencional, aunque ahora empiece a utilizar, con Extraños eones, la realidad crudo-social del tercer mundo para sacudir a la gente”. He ahí otra clave y/o novedad en su literatura: la crítica social. “Que yo plantee una historia de niños en la calle no deja de ser una crítica social, estoy abordando esa problemática. En este sentido, me hace gracia cuando me encasillan en la literatura de terror cuando ahora empiezo a tenerla como un trasfondo”, asevera.

Cronista de su tiempo, como él mismo se define, cree que “falta visión crítica de las cosas”. “La novela --me explica--, como formato hoy día, es entretenimiento o no es nada. Si quieres leer algo de mayor profundidad, acabas leyendo directamente ensayo. Estamos obligados a entretener a un público que cada vez es más variopinto. Pero no pasa nada por tomar un poco de aire y llamar a la reflexión. De hecho, dejar al lector pensando en lo que ha leído y que la novela le hurgue por dentro durante un par de días es un objetivo que siempre me ha parecido muy interesante y que he planteado como una de mis prioridades”.

Bueso busca “llevar al lector donde no haya estado nunca antes” y es consciente de que si dulcificara su discurso “me iría mejor”. Pero, “hasta ahora no me ha venido en gana hacerlo. La gente, con un libro mío, más tarde o más pronto se da cuenta de que ha venido a pasarlo mal”.