El próximo mes de mayo, los días 7, 8 y 9, tendrá lugar en la Universitat Jaume I el VII encuentro El Ojo de Polisemo, una cita de carácter anual que se creó para salvar la brecha que suele existir entre el mundo universitario y el profesional. Destinado principalmente a los alumnos de las licenciaturas de Traducción e Interpretación, cada año se intenta proporcionar una buena panorámica de los procesos que implica la traducción editorial desde el punto de vista de traductores profesionales. Uno de ellos es Vicente Fernández González, miembro de ACE Traductores, organizador de este encuentro, profesor de la Universidad de Málaga y dos veces Premio Nacional a la mejor traducción por Verbos para la rosa, de Zanasis Jadsópulos, en 2003, y por Seis noches en la Acrópolis, de Yorgos Seferis, en 1992.

En el acto de traducir hay que amoldar o acoplar algo que ya ha sido creado en un idioma para traspasarlo a otro sin perder su significado, su esencia. ¿Es la traducción un oficio de riesgo?

Conviene recordar que la traducción puede ser un oficio de riesgo en el sentido más propio de la expresión; de riesgo de la vida. Lo ha sido entre nosotros; recordemos, por ejemplo, la prohibición por el Concilio de Trento de traducir los textos bíblicos a las lenguas vulgares y los desvelos del Santo Oficio por hacer cumplir la prohibición y castigar a quienes la violaran; Fray Luis de León no fue el único en pagar por hacerlo... Y lo sigue siendo hoy en otras coordenadas geográficas. Es también un oficio de riesgo en el sentido implícito en la pregunta. La traducción es una operación delicada.

Dicen que la traducción es una interpretación. En ese acto juegan un papel importantísimo los matices, las pausas, signos de puntuación, las jergas, el contexto… Una vez se ha hecho la traducción de una obra, ¿cuánto hay del traductor en ella?

La traducción parte de la lectura —los traductores, para serlo, para cumplir su tarea, han de ser lectores muy cuidadosos, sensibles, críticos—, y toda lectura conlleva interpretación; interpretación en el sentido más amplio: de los elementos de significado, de los rasgos de estilo, de la obra en su globalidad. A partir de esa interpretación, la persona que traduce recrea la obra original, y le brinda sus propias palabras, sus matices, su puntuación. Todo eso y más hay del traductor en la obra traducida; la traducción parte de un texto original en otra lengua, pero, merced al arte del traductor, constituye un hecho literario en el ámbito de la lengua de llegada.

«Las personas que traducen cultivan una modalidad —compleja— de escritura»

No es un trabajo mecánico y, por tanto, el proceso no está exento de automatismos pese a que seguro existen ciertas “tretas” o “atajos” que permitan hacer el trabajo de un modo más cómodo, ¿no es así?

La formación, la experiencia, el conocimiento de los recursos documentales y lexicográficos, la destreza en el uso de las herramientas informáticas, permiten hacer el trabajo de modo más cómodo, sí, naturalmente; pero atajos a los textos no hay. No todos son iguales, no todos presentan las mismas dificultades ni requieren el mismo esfuerzo, pero todos exigen una lectura cabal y la correspondiente recreación.

En la traducción existe un ejercicio intelectual. El traductor no puede obviar o mostrar indiferencia por aquello que tiene ante sí. ¿O en realidad sí puede?

Yo diría que ha de mantener la sangre fría, como en un quirófano. No todos los textos que traducimos nos gustan; no todas las traducciones son fruto del amor; pero incluso en esos casos, conviene guardar distancias, entregarse a ese ejercicio intelectual con pleno control de las variables, con libertad y consciencia.

Como indicabas antes, para traducir, además de conocer uno o varios idiomas, también se debe ser escritor y, por ende, un buen lector, ¿no?

Por supuesto, las personas que traducen cultivan una modalidad —compleja— de escritura; no están obligadas a tener obra propia original, pero sí a escribir tan bien como los textos originales demanden, y, por encima de todo, a ser buenos lectores, los lectores más atentos.

En mayo se celebrará en Castelló el VII encuentro ‘El Ojo de Polisemo’. Una cita sobre la traducción literaria. ¿Qué opinión le merecen este tipo de iniciativas, teniendo en cuenta que el oficio de traductor parece estar relegado a un segundísimo plano dentro de la creación literaria?

Sí, es un oficio muy sufrido, y que impone muchas horas de soledad. El Ojo de Polisemo, fruto de la colaboración entre ACE Traductores y las universidades, es una ocasión única para el intercambio y el diálogo entre traductores, profesores y estudiantes. El interés de los asuntos que se tratan y la voluntad de entenderse convierten estos encuentros --lo digo por la experiencia de ediciones anteriores-- en experiencias inolvidables.

Se habla mucho de lo mal que funciona el mercado editorial, de sus pérdidas económicas, de que no es rentable. No obstante, se sigue publicando, y mucho. También es el momento en el que se realizan más traducciones. ¿Cómo vive un traductor esta época un tanto convulsa?

Seguramente hemos vivido una burbuja editorial, que ha estallado, y la reducción de títulos publicados está relacionada precisamente con la búsqueda de la rentabilidad; el sector del libro es en todo caso el más potente de entre las industrias culturales en España. En la industria editorial, como en todas partes, la crisis se ha cebado en los colectivos más frágiles; no solo en los traductores, también en los correctores, por ejemplo. Asimismo, no se puede afirmar que sea este el momento en el que se realizan más traducciones.

«El oficio de traductor es muy sufrido, impone muchas horas de soledad»

¿De veras no se traduce más?

Hay que pensar que hemos pasado de 25.851 libros traducidos en 2008, lo que suponía un 24,9 del total de 104.223 libros editados, a 19.865 en 2013, lo que supone un 22,3 de un total de 89.130; aunque hay que tener en cuenta que el volumen de negocio que representa la traducción es mayor, no olvidemos cuántos ‘best sellers’ son traducciones. Y... “that’s capitalism!” La reducción de encargos hace más vulnerables a los traductores en todos los sentidos; aumenta la incertidumbre con respecto al ritmo de los ingresos, por ejemplo. No cabe duda, sin embargo, de que los últimos años las editoriales independientes que apuestan por la traducción están siendo un factor de animación editorial, literaria, cultural e incluso política en el mejor sentido del término. Y están ofreciendo trabajo a muchos traductores en el principio de su carrera, con los que van desarrollando una relación de confianza. Es un fenómeno que a mí me parece particularmente interesante.

Entonces, ¿se puede vivir de la traducción?

Si atendemos al último Libro Blanco de la Traducción Editorial (2010), solo aproximadamente un 10% de las personas que cultivan la traducción literaria se dedican únicamente a esa actividad y viven de ella. Eso muestra dos cosas: 1) que es posible vivir de la traducción literaria, puesto que hay personas que lo hacen; entre ellas, jóvenes titulados que han sido alumnos míos, alumnas más bien, cuya trayectoria profesional sigo con gran interés; 2) que es difícil hacerlo; la presión de la precariedad (ninguna garantía de continuidad en los encargos), y la incertidumbre en los ingresos hace a los traductores proclives a aceptar todo tipo de ofertas y en ocasiones les impide anclarse en la traducción editorial.