El mundo de los saxofonistas cuenta con una nómina increíble de personajes que han dejado una huella imborrable en el universo del jazz y, por ende, en la historia de la música, como los Coltrane, Adderley, Mobley, Rollins, Gordon, Parker... Sin embargo, siempre he sentido debilidad por Art Pepper, para mí no hay otro igual.

Siempre que escucho uno de sus discos --cosa que hago con asiduidad-- me sumerjo en un mundo sombrío, con un aire viciado y peligros que acechan en cada esquina de Los Ángeles, esa ciudad sin ley que tantas novelas negras ha inspirado. Sus trabajos que mayor impacto me producen son todos los posteriores a su estancia en San Quintín --cumplió varias condenas durante la década de los 50 y los 60-- y a los programas de desintoxación por ser un adicto a la heroína. Tras ser uno de los “guapos” jazzmen de la West Coast junto a Chet Baker, la carrera de Pepper se vio truncada por las drogas, algo que, por desgracia, ha sido una constante en el panorama jazzístico.

Olvidado prácticamente por las casas discográficas, sin apoyo y casi sin amigos de su época dorada, el bueno de Art Pepper no cesó en su empeño de resurgir de las cenizas. Esa rabia por ver cómo tu vida puede irse al garete en un suspiro la siento en cada una de esas magistrales grabaciones. Quizá sea eso, la agresividad contenida y la fuerza de voluntad por despejar las dudas que le persiguieron durante mucho tiempo lo que me atraiga tanto de Art Pepper.

Su afán por redimirse, tanto en lo privado como en el ámbito público, es digno de admirar. No hay más que ver la portada de su álbum Living legend, donde aparece un hombre con la mirada perdida, cansado y con tatuajes carcelarios que busca encontrar de nuevo su camino en la vida. Esa imagen retrataba a la perfección la desnudez espiritual de Pepper. Se mostraba ante nosotros de forma sincera, sin engaños, buscando nuestro perdón. Y amigos míos, el disco vale su peso en oro, como también los posteriores trabajos que realizó y que le devolvieron al puesto que le correspondía en el mundo del jazz. Hablo de The Trip, No Limit, Among friends, Today, Landscape, Straigt life, Winter Moon o One september afternoon, joyas auténticas, sin contemplaciones.

“Necesito que me consideren como un artista. Pero quiero ser más que un músico de jazz. Quiero que el publico sienta alegría y tristeza. Abrirles el espíritu, los oídos. Es lo que siempre he querido. Y lo intentaré”, dijo Pepper una vez, y ciertamente, con esos trabajos grabados a partir de 1975 lo logró, y con creces, aunque, eso sí, no lo hizo solo, pues no sería posible entender y apreciar la maestría de esas composiciones sin los músicos que acompañaron al saxofonista en este periplo. Entre esos “socios” musicales destacaría un par de nombres: Cecil McBee y George Cables. Ambos fueron fieles compañeros de Pepper, ya fuera sobre un escenario o en el estudio de grabación. Patricia, pieza que forma parte de su álbum Today, no se entendería sin el increíble rasgueo de contrabajo de McBee. Y en discos como The Trip, No Limit o Landscape la presencia de Cables es, simple y llanamente, primordial.

Art Pepper solía llamar a George Cables Mr. Beautiful. Era su pianista favorito, su confidente, como se puede comprobar a través de los dos trabajos que realizaron en formato dúo, Goin’ Home y Tête-à-tête. La compenetración entre ambos músicos es de admirar. Por todo ello, cuando me enteré que Cables actuaría en el próximo Festival Internacional de Jazz de Peñíscola, que este año celebra su décimosegunda edición, junto al mismísimo Cecil McBee, además de Eddie Henderson, David Weiss, Billy Hart, Donald Harrison y Billy Harper, no pude más que aplaudir con manos y pies.

FESTIVAL DE LEYENDAS // “Si consideramos a sus miembros de uno en uno, no hay un grupo mejor en el panorama actual del jazz que The Cookers”, asegura Andrew Gilbert, crítico musical del Boston Globe. Razón no le falta. Todos ellos han actuado codo con codo con leyendas como Herbie Hancock, Charles Lloyd, Wayne Shorter, Sam Rivers, Art Blakey, Elvin Jones, Max Roach, Freddie Hubbard, Lee Morgan, Sonny Rollins, Joe Henderson... En otras palabras, todos y cada uno de los componentes de The Cookers forman parte de la historia viva del jazz.

Esta singular unión de artistas se formó en 2007 con el objetivo de mantener vivo el espíritu del jazz afroamericano de mediados de los años sesenta, una combinación de fiereza con riesgo, de sofisticación formal con capacidad comunicativa. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que la actuación de The Cookers, que se producirá el próximo viernes, 24 de julio, a las 23.00 horas, será el plato fuerte del certamen de Peñíscola, una cita que dará comienzo un día antes de la mano del guitarrista francés de jazz manouche Christophe Lartilleux, alma mater de Latcho Drom, conjunto que cuenta también con Doudou Cuillerier, Johan Renard y Deborah Lartilleux.

Como bien remarcan desde la organización del festival, “en el cruce entre el jazz, el estilo musette y la música gitana, Latcho Drom (que en lengua gitana significa “buen camino”) despliega una energía tremenda que combina virtuosismo, talento y relajación”. Así, la jornada inaugural del día 23 ofrecerá al público música alegre y popular, dosis de gypsy swing que, sin duda, llegan al corazón del oyente de todas las edades, como hicieran en su día ilustres como Django Reinhardt o el bueno de Stéphane Grappelli. Eso sí, evolucionando su sonido gracias a la admiración que Lartilleux siente por otros grandes como Chick Corea, Pat Metheny o John McLaughlin, por citar algunos ejemplos.

EL RESTO DEL PROGRAMA // El 30 de julio, en el mismo escenario que las anteriores actuaciones, es decir, el Palau de Congressos de Peñíscola, tendremos oportunidad de escuchar al Albert Palau Octet. Este grupo, encabezado por el pianista Albert Palau está integrado por algunos de los mejores músicos de jazz valencianos, que no olvidemos están gozando en la actualidad de mayor proyección dentro del panorama nacional. Para la ocasión, Palau y los suyos darán a conocer sus “versiones jazzísticas” de siete bandas sonoras de Miguel Asins Arbó. Así pues, el programa que presentarán en Peñíscola combina melodías de películas tan conocidas como los temas principales de Plácido (1961) o El verdugo (1963), del inolvidable Luis García Berlanga, en un amplio abanico de géneros que incluye asimismo drama, cine negro e incluso ciencia ficción.

Y como remate de la sección oficial del festival, otro de esos nombres que se recordarán en el panorama jazzístico: Charnett Moffett. El bajista presentará NeTTwork, su último proyecto en el que, muy listo él, se ha rodeado de tres estupendos músicos e instrumentistas con carreras en solitario sobradamente contrastadas, como son el guitarra Stanley Jordan, el batería Jeff Tain y el pianista Casimir Liberski.

Cuatro serán los conciertos que volverán a hacer de la ciudad del Papa Luna un reclamo para los amantes del jazz. Pero, ¿eso es todo? No, ni mucho menos. Si algo caracteriza a este certamen es su afán por acercar el ritmo sinuoso del jazz a pie de calle. Así, un año más, debemos estar muy atentos al ciclo alternativo Jazz a la Serena, con las actuaciones del trompetista David Pastor y su trío, el clarinetista castellonense Chema Peñalver y la New Orleans Jazz Band, Alexey León Quintet y Mateo Rived Quintet. Estos conciertos se celebrarán en el umbracle del Palau de Congressos --el primero, 22 de julio-- y en la plaza Santa María de la localidad --el resto, días 26, 28 y 29--.

El jazz es una forma de afrontar la vida, improvisando, creyendo, imaginando. Es, como ya he dicho en anteriores ocasiones, una actitud ante la vida.