Los libros, los buenos libros, y sus lecturas, nos permiten disfrutar más de la vida. Leer es establecer un diálogo con el mundo (real o imaginado) y con nosotros mismos, pues a través de ellos aprendemos a reconocer nuestros delitos y faltas, nuestras virtudes y fortalezas. Recuerdo ahora las palabras del protagonista de Memorias del subsuelo (Sexto Piso), magnífica obra de Dostoievski: “Dejadnos solos, sin libros, y al punto nos perderemos, nos embrollaremos, sin saber qué hacer ni qué pensar, sin saber lo que se debe amar ni lo que se debe aborrecer”. Hay en ellos, en los libros, los buenos libros, dudas y matices, penas y tentaciones, metamorfosis, pero también sabiduría redentora. La literatura es, en palabras de Samuel Johnson, una “especie de luz intelectual que, a semejanza de la luz del sol, puede permitirnos a veces ver lo que no nos agrada”.

Como sabemos o deberíamos saber, es este un mundo de paradoja y contradicción, de ahí que de tanto en tanto necesitemos, a través de la literatura, desenmascarar ciertas sospechas o maravillarnos con un simple cambio de perspectiva. En una entrevista reciente, el editor de Sajalín, Dani Osca, uno de los participantes en el Encuentro Nacional de Editoriales Independientes (ENDEI) celebrado en Castellón el pasado mes de abril, reconocía que “los libros te permiten vivir otras vidas” y, sobre todo, “te permiten viajar a otros países, a otras épocas”. Osca, quien para mí ha editado en los últimos siete años algunos títulos verdaderamente excepcionales, tiene muy claro que esa capacidad para transportarnos a esos otros mundos y vivir esas otras historias es “la gran baza de los libros, de la literatura”. Así pues, ¡a viajar se ha dicho!

Viene siendo costumbre por estas fechas realizar alguna que otra recomendación literaria. Al parecer, en vacaciones es cuando disponemos del tiempo necesario para adentrarnos en mil y una lecturas --yo en esto tengo mis dudas, pero seguiré la corriente, no vaya a ser que me tilden de bibliófilo radical--. Como cada verano proponemos algunos títulos que nos permiten traspasar fronteras, ya sean geográficas o emocionales. Queremos explorar rincones nunca vistos, evocar épocas del pasado, descubrir que hay placer en la inteligencia.

Iniciamos nuestro periplo embarcándonos en “un buque alargado, estrecho y grácil, con dos mástiles y una chimenea anaranjada”. Es esta la embarcación que contó entre sus pasajeros a un Lafcadio Hearn que durante algo menos de dos meses quiso explorar las Antillas. Desde Nueva York a la Martinica, San Vicente, Trinidad, Tobago... Un crucero de verano por las Antillas (Errata naturae) recopila las notas de este singular escritor y periodista durante esos casi cinco mil kilómetros realizados. Viajero incansable, su obra es valiosa para la comprensión del mundo y de la civilización orientales, si bien en este caso se centra en la idiosincrasia antillana, sus paisajes y colores (como ese azul extraordinario que le recuerda a la tinta violeta y va in crescendo). Con agudeza, Hearn describe aquello que ve, ofreciendo humildes reflexiones sobre esas experiencias vividas, además de compartir algunas emociones que finalmente logra plasmar sobre el papel y nos las traslada. Casi sin querer, uno es capaz de imaginarse la belleza natural y sensualidad de esas coordenadas.

Y del Caribe nos trasladamos a la parte sureste de la Rusia europea, a orillas del río Volga. Esta región de veranos calurosos e inviernos fríos es la que nos describe Alexéi Tolstói en La infancia de Nikita (Ardicia), una obra con cierto cariz autobiográfico. El escritor ruso narra el mundo de un niño de diez años, un mundo iniciático. Nikita, hijo de una familia acomodada, vive en un entorno idílico, si bien a través de las distintas escenas en las que está dividida la novela, se va gestando un cambio hacia la pubertad, abandonando esa mágica inocencia propia de los infantes. De los simples juegos y la ingenuidad de la vida en el campo, el pequeño Nikita verá cómo poco a poco debe enfrentarse a un cambio ineludible y radical. La prosa de Tolstói resulta sencilla y permite una lectura que se goza por los detalles.

De Rusia bien podríamos desplazarnos un poco más hacia el este, hasta la China milenaria, aunque el título que proponemos de Simon Leys es, en realidad, un viaje a todas partes. Breviario de saberes inútiles. Ensayos sobre sabiduría en China y literatura occidental (Acantilado) es una de esas obras que son puro conocimiento y erudición. No hay nada en estos textos sobre Mao, Balzac, el Quijote o Chesterton, por citar solo algunos ejemplos, que no merezca la pena ser leído. Todo enriquece y asombra, a veces incluso divierte (y mucho). Las reflexiones de Leys son pura genialidad si se me permite la licencia. Nunca me canso de aprender con este verdadero sabio, y nunca me canso de recomendarlo.

Otro libro que merece nuestra atención nos lleva a conocer a uno de los “maestros de la narrativa breve norteamericana”. Nos referimos a John O’Hara, al que ahora podemos conocer mejor gracias a la antología de relatos La chica de California y otros relatos (Contra). Escritor bastante prolífico, resulta extraño que no se le haya prestado la atención aquí en España que otros de sus contemporáneos sí disfrutaron. Sin embargo, siempre se está a tiempo para enmendar el error, ¿no? Gracias a esta selección de 24 cuentos descubrimos a un autor con un estilo muy marcado y coherente, de finales ambiguos y diálogos veloces, casi desbocados. Esa prosa engancha, gracias también a su destreza para criticar los estamentos de la sociedad americana. Dicen que nada escapaba al ojo de John O’Hara, y ahora tenemos oportunidad de certificarlo gracias a esa radiografía del “país de las oportunidades”.

No quisiéramos terminar nuestro viaje sin antes emprender una nueva aventura por el norte de Escocia. Pre-Textos es la encargada de editar Diario de un viaje a las Hébridas, de James Boswell. En 1773, Samuel Johnson y James Boswell acometieron tal empresa, dando lugar a dos libros memorables, uno de ellos este que hasta la fecha no había sido traducido al castellano y que es, como podrán comprobar, una fuente magnífica de datos y erudiciones varias. A través de los diálogos entre ambos autores, contamos con una mirada privilegiada sobre un paisaje enigmático, de una fuerza extraordinaria.

Y para finalizar, nada mejor que una breve estancia en Ibiza, en esa Ibiza de un Vicente Valero maduro pero también adolescente. En Las transiciones (Periférica), el poeta y escritor, con su particular prosa sosegada y no exenta de virtuosismo, bien ensamblada, relata la transición de cuatro amigos (de la infancia a la adolescencia) con el trasfondo de la transición política española a la muerte de Franco, una época convulsa y extraña. Valero reflexiona sobre ese periodo y lo hace con esa elegancia que le caracteriza.