En una entrevista realizada por Salvador Rodés, Joan Fontcuberta expresaba lo siguiente: “El eje central de mi trabajo siempre es esta relación de tensión entre la realidad y la ficción. Muchas veces una fotografía nos induce a pensar que lo que nos muestra es verdad por el hecho de que ha sido realizada por una cámara, cuando todos sabemos que la fotografía es una construcción como cualquier otro tipo de mensaje humano”. Pero, ¿no se suponía que la fotografía era la herramienta más precisa para retratar la existencia de forma objetiva? El barcelonés siempre ha tenido claro que “la fotografía no es indisolublemente vinculada a la realidad, sino que también puede ilustrar lo inexistente”. Todo es, o puede ser, en otras palabras, un juego, una estudiada manipulación de la materialidad; algo que no debería extrañarnos, pues vivimos inmersos en una época de incongruencias, de paradojas constantes. A día de hoy, nadie se cree nada.

Si tomamos la fotografía como una mera ilusión, meditada (eso sí) en la mente del que mira a través del objetivo, se plantean ciertas cuestiones sobre la legitimidad de la propia imagen captada. Existe una intervención, una intencionalidad, de modo que esa realidad se torna ficción. En este sentido, el trabajo de Joan Fontcuberta se ha caracterizado, en su mayoría, por intentar desenmascarar la “autenticidad” de la imagen. ¿Cómo? Pues creando, actuando, falseando. Su intención se ha centrado en multitud de ocasiones en engañar al espectador y a los medios de comunicación, hacerles creer que existen astronautas llamados Iván Istochnikov o fósiles de una especie desconocida de homínidos, parecidos a las sirenas. ¿Realmente lo que vemos es auténtico? ¿De verdad toda la información gráfica que recibimos goza de total objetividad? ¿El ojo nunca engaña?

Está demostrado el hecho de que todo puede ser escenificado al milímetro, coordinado para crear una trama específica que puede manosear la opinión pública, las creencias. Es ahí cuando nos damos cuenta de la importancia del trabajo realizado por Fontcuberta durante todos estos años. Aunque suene pretencioso, no ha hecho más que advertirnos del poder que manejan los grandes imperios de la comunicación o los gobiernos de cada nación. Somos títeres, siempre lo hemos sido.

EXPOSICIÓN

Esta misma semana pudimos ahondar más en estas peculiaridades a través del mismo Joan Fontcuberta, todo un icono a nivel mundial. Fue gracias a la charla que impartió en el Centro Social Cajamar de Castellón, organizada por la asociación Amics de la Natura en colaboración con el Ayuntamiento de la capital de la Plana. Bajo el título Fotografía de la naturaleza, naturaleza de la fotografía, el catalán versó sobre sus recientes investigaciones, aquellas en las que plantea representaciones del territorio mediante parámetros postmodernistas. “La realidad ya no depende de la experiencia directa, sino de la gestión que hacemos de imágenes previas”, le contestaba a Salvador Rodés.

Aprovechando la visita de Fontcuberta --contando con su presencia física--, se inauguró también en el Centre Municipal de Cultura una exposición bajo el mismo título de su ponencia. Comisariada por Marta Ribes, esta colectiva completa a la perfección el mensaje del teórico catalán. Según la propia Ribes, “en un mundo en el que la alfabetización visual está generalizada y las imágenes viajan libremente por el ciberespacio, la fotografía copiada en un soporte físico debe ser revisada”. Así pues, esta muestra “pretende dar espacio y tiempo a un elenco de miradas muy cercanas, recordándonos que nosotros, como espectadores, somos quienes completamos la imagen”, remarca la también artista castellonense, quien subraya que “el Centre Municipal de Cultura nos brinda la oportunidad de apreciar el heterogéneo panorama fotográfico del que actualmente goza la ciudad de Castellón. El grado de madurez fotográfica alcanzado en la muestra sorprende al descubrir que la media de edad de los participantes ronda los 35 años. A través de un conjunto de miradas personales, se nos invita a reconocer simultáneamente nuestro universo local y aquello que nos une a lo universal”.

Paco Poyato, Juan Plasencia, Lidón Forés, Txema Amat, Enrique Galdú, Wally Sanz, Manuel Peris, Christian Robles, Sandra Claret, Leticia Tojar, Iker Arana y la propia Marta Ribes son los protagonistas de esta exposición que se podrá visitar hasta el 28 de febrero. Ni qué decir que es una de las más interesantes por su contenido estético y formal de cuantas hemos visto en los últimos meses.

Todos y cada uno de los participantes en esta colectiva cuentan con un estilo propio, un modo diferente de ver e interpretar la realidad. La riqueza visual que se presenta antes nuestros ojos es inmensa. Desde el carácter documentalista de Plasencia, la fusión de diseño y collage de Amat o la estética joven y actual de Wally Sanz hasta el carácter topográfico que Leticia Tojar confiere a sus intantáneas o la fotografía arquitectónica de Iker Arana. Existen en estos proyectos, además de una profunda investigación técnica y de contenido, aspectos a tener en cuenta. En primer lugar, nos permiten tomar conciencia sobre aspectos que, en ocasiones, se nos escapan. La mirada del fotógrafo siempre ha sido una mirada caprichosa, una mirada inquieta que busca ir más allá. El trabajo de Paco Poyato --compañero de fatigas en esta casa--, es un ejemplo de ello. El enfoque, la luz, el personaje o lugar retratado... Todo conforma una escena perfectamente urdida en su mente.

Cualquiera de los trabajos expuestos provoca una reacción. Ese es el objetivo que Joan Fontcuberta siempre se ha marcado a lo largo de su trayectoria y eso es lo que estos once “jóvenes” fotógrafos han sabido adoptar para llamar nuestra atención, hacernos partícipes de sus propios descubrimientos, de sus preocupaciones y sensaciones. La fotografía es aquí un vehículo para la acción.