Decía Salvador Dalí que el verano se terminaba cuando las bicicletas llegaban a París. Y así lo pensaba yo -y tanta gente- cuando un lejano 3 de julio de 1991 tomé un avión desde Barcelona a Lyon para incorporarme a mi primer Tour. Europa, entonces, era diferente a la actual. Recuerdo, un Tour más tarde, que la organización de la carrera quiso hacer un homenaje a lo que entonces se denominaba Comunidad Europea, hoy Unión Europea, y la carrera pasó, nada más ni nada menos, que por España, Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Alemania, Italia y, evidentemente, Francia. Fue el Tour que comenzó en San Sebastián, cómo no, con victoria de Miguel Induráin en el prólogo inicial. Pero un verdadero tormento para el enviado especial, sobre todo a la hora de pagar, puesto que aún no había moneda única. En sobrecitos salí de Barcelona con pesetas, francos franceses, francos belgas, florines, marcos y liras. En esos tiempos tampoco se oscilaba mucho lo de pagar en plástico, y menos aún a través del móvil o el reloj. El Tour tenía una oficina móvil donde las personas acreditadas se abrían una cuenta corriente que les servía para depositar el dinero y no arriesgarse a olvidar un día algún sobre en un hotel perdido por la Francia profunda.

El Tour, en 1991, desde 1903, y hasta el 2019, comenzaba como muy pronto a finales de junio para terminar siempre el tercer domingo de julio. Solo en 1998, en una ronda francesa para olvidar, el tristemente famoso Tour del dopaje, la prueba acabó el primer domingo de agosto. Pero el retraso tuvo entonces un motivo deportivo y no sanitario. Se disputaba la Copa del Mundo de fútbol en Francia y era necesario retrasar al máximo la prueba ciclista para evitar coincidencias. Jamás se me olvidarán los gritos de los gendarmes, liberados de servicio, y viendo un partido de Francia, por tele, en un Campanile (uno de los clásicos hoteles de carretera franceses), cuando Zinedine Zidane marcó un gol para su país.

El ciclismo y la farmacología

Ha querido el azar, que en ocasiones se vuelve maldito, que un periodista especializado en ciclismo lo sea también, o eso intente, en farmacología. Tantas y tantos años estando pendiente de los llamados controles de salud. Un día a los periodistas se nos ocurrió bautizar como 'vampiros' a los sanitarios que tomaban muestras de sangre a los corredores. Lo hacían de madrugada, a eso de las 6, cuando el sol seguía durmiendo. Y, ahora, seguimos igual, pero en vez de estar pendientes del mal uso de los medicamentos por parte de algunos corredores, tenemos que estar al tanto del coronavirus, covid-19, o como queramos llamarlo. Tenemos que ver a los ciclistas en la distancia, saludarlos a chillidos, si es que podemos, y hasta hablar con ellos a través de un plasma, como si la máquina del tiempo nos llevara al Palacio de la Moncloa cuando tenía las ventanas cerradas.

En 1991 el Tour se veía algo así como un festival, como un circo, sin payasos pero con corredores. Teníamos que pararnos a mitad del camino, cuando veíamos una cabina en un pueblo y llamar a la redacción, por supuesto a cobro revertido: "el señor López-Egea, desde Francia, desea llamar a cobro revertido. Acepta la llamada". Y hasta parecía que ganar en París era un juego; tan fácil, tanto con Induráin... hasta que en 1996 se cruzó en su camino la maldita estación alpina de Les Arcs.

Siete Tours con Armstrong

Luego vinieron siete, sí siete Tours, que hace pensar a este enviado especial si realmente ha estado presente, con el Tour que este sábado inauguramos, 30 veces en la ruta francesa y no 23. No sé si tendríamos que hacer penitencia los periodistas por habernos emocionado alguna vez y haber utilizado abjetivos sobresalientes para escribir alguna supuesta gesta de Lance Armstrong. Pero, a la vez, también es cierto que yo lo vi siete, sí siete veces, sobre el podio de los Campos Elíseos. Siete veces escuché el himno de los Estados Unidos con Lance en lo más alto del cajón y con su mano derecha sobre el corazón.

El del 2006 costó mucho ganarlo. Otra vez el dopaje jugó en contra del primer ganador, Floyd Landis. Óscar Pereiro, el vencedor oficial, estaba entrenando por los alrededores de su antigua casa cerca de Vigo cuando cogió el teléfono. "Me ha dicho Echávarri (entonces su principal director) que no hable, pero tenía pactada contigo una entrevista; o sea vente para Galicia". Echávarri había sido informado previamente de la llamada. Landis había dado positivo y Pereiro, aunque tardó, debía ser reconocido como el triunfador. Fue la única vez, si descontamos 1998, que en pleno mes de agosto escribí sobre el Tour.

Las razones del artista

29 veces he visto el Tour en su espacio natural, aunque ahora, tal como escribía Josep Maria Fonalleras, hemos regresado a julio y esta vez la ronda francesa, también llamada Grande Boucle, ha dado la razón a Dalí. Cuando las bicis lleguen a París, y ojalá lleguen, se habrá terminado el verano. De hecho faltarán tres días, pero se hará extraño pasear por unos Campos Elíseos con las hojas caídas por el suelo.