La Vuelta, por tercer año consecutivo, ha vuelto a pasar por la provincia. Ya no es un hecho aislado. Más allá de la sintonía entre la Diputación y la organización de la carrera, si detrás de esa simbiosis no hubiese un apoyo de todos los estamentos que hacen posible que uno de los mayores eventos deportivos del mundo eche raíces en Castellón, no sería posible. Y, cómo no, de público.

La Vuelta ya no es el patito feo del ciclismo mundial. Desplazada desde hace ya mucho tiempo al tramo final de la temporada, es una carrera atractiva. No en vano, Froome, cuádruple ganador del Tour (el último, hace escasas semanas) echa el resto para acabar también vestido de rojo en Madrid. Y ese espectáculo, lo hemos visto también en nuestras carreteras, en nuestros pueblos, en nuestros puertos de montaña.

El ciclismo es un deporte singular. Aquí no se va a un estadio, tampoco se sabe cuánto va a durar. Si no se está en la salida o en la meta, hay que esperar, a veces durante horas, para ver a un pelotón que, en segundos, ya le hemos perdido de vista. Y, sin embargo, ahí estamos nosotros. Es accesible y asequible, que es lo que lo convierte en atractivo. Y, además, nos da visibilidad, promociona el turismo -no hay que olvidar que es el motor de nuestra economía- y, desde el punto de vista deportivo, nos permite ver a algunas figuras mundiales.

Será bastante complicado, pero ojalá venga una cuarta. Y si no, que La Vuelta no nos tenga olvidados demasiado tiempo.