En menos de 48 horas Francia pasó de ser un paraíso ciclista de felicidad, con dos de sus chicos luchando por el Tour -Julian Alaphilippe y Thibaut Pinot- a convertirse en un país desolado, pañuelo en mano y llorando porque en Val Thorens, mientras Alaphilippe sucumbía al látigo del conjunto Jumbo, se esfumaba el sueño de romper el maleficio del que hablóEmmanuel Macron en los Pirineos y que ha provocado que desde 1985, desde Bernard Hinault, ninguno de los suyos triunfe de amarillo en los Campos Elíseos.

Deberán esperar hasta el curso que viene. Y, sobre todo, recuperar anímicamente a los dos aspirantes de este año, los que han llorado; uno por retirarse lesionado y el otro por perder definitivamente todo a menos de un día del paseo por París. "Merecía estar en el podio por todo lo que ha hecho en este Tour, desde el principio. Alalphilippe ha hecho la carrera diferente", dijo esta sábado Geraint Thomas, ganador del 2018, segundo del 2019, y que peleó codo a codo con el corredor francés mientras Alaphilippe respondió.

SIN UN AMARILLO CON ALAS

Y llegó Val Thorens adonde comenzó a subir sin ese jersey amarillo del que la leyenda dice que da alas, las mismas que simbólicamente le colocó en la espalda para ganar contra pronóstico la contrarreloj de Pau. O para coronar Tourmalet a lo grande y para que todos los franceses, y los que no lo eran, creyesen allí que el Tour tenía dueño y que el lunes Macron iba a recibir la prenda amarilla de sus manos en el Elíseo.

Faltaban 13 kilóetros para la cima de Val Thorens yAlaphilippe dijo basta. Suerte que al menos encontró el auxilio de Enric Mas para salvar, al menos, la quinta plaza por delante de Landa. Sin el corredor mallorquín a su lado la crisis de Alaphilippe habría sido terrorífica. El público, el mismo que soportó un tremendo aguacero de buena mañana, el mismo que llevaba horas esperandolo, se desesperaba cuando veía al grupo de Bernal ascender sin Alaphilippe. Y cuando él aparecía dos o tres minutos más tarde, según el lugar de colocación, arrancaban en aplausos, le daban las gracias, lo animaban. No había nada, absolutamente nada que hacer. Era como si Alaphilippe le dijese a sus paisanos y a su país, "no llores por mí, Francia". Realmente fue triste y duro para ellos.