El parlamento británico anda hecho unos zorros a cuenta del Brexit. Que si nos vamos, que si no, que si puede, que si tal vez o a lo mejor y vaya usted a saber. Europa es el demonio para el nacionalismo inglés. El continente es la gran incubadora de la decadencia de occidente. Por el contrario, en las islas todo es cómo debiera. Esta excelencia inglesa se plasma en un carácter particularísimo que, en palabras del subproducto pijolondinense Boris Johnson, se define por la obsesión por los gatos y por los libros sobre la vida y obra de Winston Churchill.

Apunto que, si lo de la reencarnación va en serio, para la próxima vida me pido ser un gato inglés. Un minino gordo y feliz nacido en Bristol, por ejemplo. No para cazar ratones, soy más de pescado, sino para tener una existencia regalada y en paz como la que tuvo Hodge, el gato del Dr. Samuel Johnson, al que le daban de comer cada día ostras y disfrutaba de preparados de valeriana cuando el estrés lo ponía malo. Johnson, que escribió el primer diccionario de la lengua inglesa en 1755, dejó anotado que cuando uno está harto de Londres, está harto de la vida. Su gato tiene estatua de bronce, ostras incluidas, al ladito de Fleet Street, la calle que en su día fuera la de periódicos y periodistas, cuando aún había mucho de ambas cosas y se ganaba lo suficiente como para disponer en régimen de monopolio de una parte del centro de la metrópoli.

LA GRAN PARADOJA

A la espera de convertirme en gato y de que los políticos solventen lo del Brexit, que como el 'procés' tiene siete vidas o más, hay que señalar la gran paradoja inglesa del momento. Mientras intentan mandar a Europa a freír espárragos no se les ocurre otra cosa que colocar a sus cuatro equipos en los cuartos de final de la Champions. Ahí están los dos de Manchester, el Tottenham y el Liverpool dispuestos a luchar por el cetro de reyes de Europa mientras su país sueña con soltar definitivamente las amarras con el continente.

A ver si va a ser este el primer ladrillo del nuevo imperio que se le prometió al populacho en la campaña del referéndum si votaban a favor de hacer un gran corte de mangas a la UE. Como es imposible colonizar de nuevo a la India, quizá la nueva Inglaterra imperial tenga su primera meta volante en la conquista de la orejuda en el Wanda Metropolitano el próximo 1 de junio. Habría, no obstante, un gato encerrado en esta operación geopolítica a través del balón. Y es que todo depende del acierto de extranjeros: Guardiola, Kloop, Solskjaer y Pochettino. Así las cosas, hay quien puede pensar que estamos ante un resurgir nacional de chichinabo.

UN GATO NEGRO LLAMADO LIONEL

La Champions, a estas horas, es todavía como el gato de Schrödinger, que está muerto y vivo a la vez. Todo el mundo puede hacerse las ilusiones que quiera, incluidos los ingleses. Y si bien es cierto que en octavos de final todos los gatos son pardos, también lo es que tal y como han quedado definidos los emparejamientos hasta la final, hay uno que sabemos que es de color negro, se llama Messi y puede cruzarse en el camino de todos los equipos ingleses: ManU en cuartos, quizá el Liverpool en semis y el City en la final.

Al acabar la guerra de las Malvinas, Margaret Thatcher dijo “sabíamos lo que teníamos que hacer, fuimos y lo hicimos. Gran Bretaña es grande otra vez”. Ahora que han vuelto las ensoñaciones imperiales, también las futbolísticas, que no olviden que un argentino enfadado, si se llama Messi, araña hasta con el rabo. Miau.