En cuatro días quedó superado el récord del Madrid (34 partidos sin perder) y el Barça se situó a la altura del mítico Milan de los holandeses (36 partidos en la temporada 1992-93), un equipo mítico e inolvidable. Como el Barça de hoy, de los últimos años, que pasó por Ipurúa sin marcharse ni resbalar en una tarde que niega el cambio climático. Firme y sólido, un minuto de zozobra en el primer tiempo no logró alterar su imparable marcha (0-4).

El Milan de los holandeses lo parió Arrigo Sacchi y lo mejoró Fabio Capello. El Barça de hoy tiene nombre y apellidos. El equipo que recuperó Rijkaard, perfeccionó Guardiola y que ha relanzado Luis Enrique, es el de Leo Messi, hilo conductor, denominador común de una era que se alarga hasta extremos insospechados.

Ahí reside una de las virtudes más valiosas del astro. No solo nunca se esconde, sino que es el primero en responder también cuando caen chuzos de punta, como a ratos entre las montañas eibarresas. Neymar celebraba el cumpleaños de su hermana, pero Messi se puso el brazalete para encabezar al grupo a una nueva conquista en una de las salidas más preocupantes que quedaban, por lo incómodo y áspero que resulta visitar la industriosa Eibar. Sabio y humilde por igual, talentoso como nadie, Messi jugó de extremo para servir balones a Suárez, ejerció de centrocampista para aliviar la presión de la línea media y apareció de delantero para cerrar el partido antes del descanso. Se hacía necesaria su aportación para que el equipo pudiera disfrutar de su habitual cadencia de juego en un campo pequeño y estrecho, frente a un rival presionante, y con la ausencia de Neymar y la de Iniesta, que descansó. Y para cerrar la crisis de los penaltis, un detalle de virtuosismo con una ejecución tipo Panenka. Tan fino el disparo como el quiebro y el remate de Luis Suárez al colocar la guinda.

por la vía rápida // El gol de Munir en el minuto 7 acalló la inicial repulsa del público (pitaban al Barça por haber empatado el año pasado ante el Deportivo en la última jornada que suponía el descenso del Eibar, luego no consumado). El tanto no amilanó a un conjunto vasco atrevido, seguramente por la ausencia de preocupaciones. Está más cerca de Europa que del descenso, y esa tranquilidad indujo a Mendilibar a buscar el tú a tú con una presión alta que al Barça no le costó nada superar. El mayor mérito del cuadro local fue impedir que los pupilos de Luis Enrique se relajaran. Ni con el 0-2 pudo sestear el once culé. Forzado por su rival, mantuvo la misma intensidad y los goles siguieron cayendo. El Eibar se pareció al Rayo en el planteamiento y pagó esa osadía con parecido castigo al que se llevaron los de Paco Jémez. H